País rico, pueblo empobrecido

Pocos países del mundo tienen condiciones más favorables para el crecimiento económico y social que el Paraguay. Sin embargo, la realidad nos ubica en el tercer puesto entre los países más pobres de América Latina. Y entre los que tienen mayor distancia entre las clases altas y las clases bajas, lo cual configura un área de fricción potencialmente explosiva.

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Sin embargo, poseemos ventajas comparativas inexistentes en otras naciones. En primer lugar, la disponibilidad de recursos energéticos cuantiosos, que no se limitan a la producción de hidroelectricidad sino que pueden proyectarse a otros sectores con excelentes posibilidades: la energía solar y la eólica. La primera, facilitada porque nuestro país se encuentra en una franja geográfica privilegiada que disfruta de la mayor cantidad de horas de luz solar durante el año. La segunda, igualmente promisoria, puede aportar soluciones a bajo costo en las regiones donde la transmisión de la energía puede ser muy cara.

En segundo lugar, la disponibilidad de agua potable es ilimitada. La Región Oriental es bañada por una red fluvial impresionante. En realidad, asombra que haya sectores agrícolas que se vean afectados por sequías y se remitan exclusivamente al régimen de lluvias, como en la época del Neolítico. Sin embargo, hace cuatro mil años, pueblos tan distantes como los egipcios y los quechuas ya tenían una agricultura que dependía exclusivamente del aprovechamiento de los ríos, a través de una red de acueductos.
La disponibilidad de tierras agrícolas y ganaderas es suficiente para hacer frente a los requerimientos de los productores. Es verdad que hay conflictos sociales, pero muchos de estos pueden ser fácilmente resueltos, una vez que se aíslen a los agricultores que verdaderamente necesitan tierra cultivable de la nube de aprovechadores, políticos demagogos y agitadores radicalizados que se mueven alrededor de las movilizaciones sociales.
Los problemas sociales son, por tanto, controlables, con la facilidad de que la presión se alivia periódicamente con las corrientes migratorias que se orientan hacia la Argentina y Brasil. Una corriente menor se va a España, donde no debe representar sino una ínfima parte de otros grupos que inundan la península, provenientes de Africa principalmente.

En todos estos casos, la solución viene a través de decisiones políticas. Sólo ellas pueden reorientar los recursos hacia los sectores que realmente los necesitan, a fin de crear condiciones para la generación de riquezas. Pero orientar esos recursos hacia ese sector significa, por otra parte, sustraerlos del clientelismo, de la demagogia y del botín de guerra de los políticos.
No es fácil, sin duda. Pero es indiscutible que el problema pasa por ese campo de las decisiones políticas, que parece el más difícil de todos. Por encima de los discursos, del palabrerío y de las declaraciones solemnes, hay una realidad ominosa y omnipresente: la paralización del Estado ante las presiones, y su incapacidad para responder, de manera estructural, a los desafíos existentes.

Existen las condiciones para un desarrollo sostenido y socialmente equilibrado. Ello supone diseñar un proyecto de país que vaya más allá de la construcción de una estructura clientelista que sólo sirve para las elecciones. Pero es una estructura que absorbe la mayor parte de los recursos estatales, a lo largo de una red de vasos comunicantes, que llevan el goteo hasta las bases.
Claro que, además, como se sabe, el que reparte se queda con la mejor parte. Y de este modo, este sistema se constituye también en una gigantesca maquinaria de corrupción. La gran pregunta es: ¿aceptará la maquinaria desprenderse del pucheroducto, para que este sea canalizado al desarrollo del país? Pertenezco a los optimistas. Esto, sin duda, ocurrirá. En el cuarto milenio.

helio@abc.com.py
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