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La estúpida guerra de “la igualdad de los sexos”, que no debería existir porque no engrana dentro del esquema de la creación, apenas sirve como toalla de seguridad a ciertos hombres y mujeres obsesionados por un protagonismo que la sociedad les niega. El hombre y la mujer son diferentes, pero se complementan tan intrínsecamente que juntos forman un total inseparable y, desunidos, quedan “discapacitados”. La sentencia bíblica es determinante: “No es bueno que el hombre esté solo”.
El hombre es el entendimiento, la mujer el corazón. El hombre es la fuerza, la mujer la gracia. El hombre es el principio activo, hecho más bien para acometer. La mujer, el principio pasivo, hecha para recibir. El hombre es el sembrador de la vida; la mujer, la tierra fecunda donde la vida brota, florece y fructifica.
Cuando Cristo nos enseñó cómo dirigirnos a Dios no encontró palabra más digna y afectiva que “Padre”. Asimismo, como el padre de nuestro génesis, el que nos formó de la esencia de su amor y sopló sobre nosotros el aliento de la vida para formarnos a su imagen y semejanza.
Cuántos hijos se vuelven rebeldes e indomables porque tiene un papá intransigente, un papá “garrotero”. Cuántas hijas se prostituyen en los mismos albores de la vida porque tienen un papá “flojo”, sin autoridad moral, porque la ha sustituido por el rebenque o porque la ha perdido observando una vida libertina y sin dignidad. Cuantos hijos sienten vergüenza por su padre delante de sus amigos o porque su progenitor es un alcohólico empedernido o un mujeriego desvergonzado o, sencillamente, porque es un haragán, incapaz de mantener su familia.
Triste es el hogar donde el papá dejó de ser “rey” porque ha hipotecado su “cetro y su corona” por el mezquino precio de sus infidelidades. Y cuando el papá no es el “rey en su hogar”, su trono queda vacante y fácilmente pueden ocuparlo otros pretendientes. Hoy celebramos el Día del Padre, con la misma alegría y gratitud que el Día de la Madre. Es la fiesta del padre nuestro que está en la tierra, el que con el sudor de la frente nos vistió con el “traje de nupcias” que nos permite participar del banquete de la dignidad. Es la fiesta del padre nuestro que, si bien está en la tierra, es un reflejo del Padre nuestro que está en el cielo.