Pacientes palestinos en hospitales de Israel

Causó bastante sorpresa entre los israelíes la reciente noticia de que el alto dirigente palestino Saeb Erakat había solicitado ser puesto en la lista de espera para someterse a un trasplante de pulmón en Israel. Y provocó cierto desconcierto el hecho de que las autoridades aceptaron su pedido.

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La calidad de la medicina israelí es superior a la de Cisjordania, por lo que el requerimiento de Erakat era racional, y, políticamente, al Gobierno israelí le hubiera sido difícil negarle atención humanitaria a quien es, técnicamente, un socio en el proyecto de la paz de Oslo.

Lo que no parece lógico es que un hombre que lleva largo tiempo criticando y difamando a Israel ante los medios de comunicación, la diplomacia internacional, las Naciones Unidas y cualquier plataforma posible, haya elegido al “enemigo sionista” para ser tratado médicamente, en lugar de, por ejemplo, naciones más amigables a la causa palestina, como Catar o Suecia.

No obstante, no ha sido Erakat el único dirigente palestino en elegir los hospitales israelíes para recibir tratamiento médico personal o para sus familiares.

El presidente Mahmud Abás –quien apenas en marzo pasado recibió en sus oficinas con un abrazo a Osama Zaidat, un adolescente palestino que intentó apuñalar a israelíes en una parada de autobús cerca de Kiryat Arba– envió a hospitales en Israel a su esposa para una operación, a su hermano para un tratamiento de cáncer y a su cuñado para una cirugía de corazón. 

Incluso líderes del movimiento fundamentalista islámico Hamás –grupo que ha cavado túneles terroristas en la frontera de Gaza con Israel, que ha lanzado miles de misiles contra poblados israelíes, que ha secuestrado soldados de Israel y que ha llevado a cabo grandes cantidades de atentados suicidas en ciudades israelíes– han enviado a sus parientes a recibir cuidado médico al “ente sionista”. 

La hermana de Moussa Abu Marzouk, una de las máximas autoridades de Hamás, recibió tratamiento por cáncer en Israel en el 2014, apenas dos meses después del fin de la tercera guerra lanzada por Hamás desde que capturó la Franja de Gaza.

Dos semanas antes aun, la hija de Ismail Haniyé, líder de Hamás en Gaza, ingresó a la sala de emergencias de un hospital de Tel-Aviv.

Haniyé también envió a hospitales de Israel a su nieta por una infección aguda, a su cuñado por un ataque cardíaco y a su suegra por un cáncer.

Una cosa es la yihad, y otra la salud. Según la Agencia Coordinadora de las Actividades del Gobierno israelí en los territorios, el año pasado, solo desde Gaza más de treinta mil palestinos se fueron a Israel para ser curados. Para lograrlo, el paciente debe ser referido a un especialista por un doctor palestino quien lo deriva a Israel y el Ministerio de Salud en Cisjordania debe autorizarlo y comprometerse a cubrir los gastos.

Por momentos, la Autoridad Palestina negó o redujo significativamente tales pedidos en el marco de su campaña de presión política contra Hamás, que ha incluido también su rechazo a abonar las facturas de la energía que Israel provee a la Franja de Gaza o a pagar los salarios de los empleados públicos allí.

El gobierno de Mahmud Abás también dejó caer una propuesta para crear un mecanismo de transporte desde Gaza hacia hospitales israelíes, algo indispensable para los pacientes palestinos empobrecidos por un liderazgo que prefiere invertir en infraestructura terrorista en vez de en salud pública.

He aquí una paradoja. Mientras que los israelíes están dedicados a salvar vidas palestinas, a pesar de los obstáculos creados por los propios líderes palestinos, la opinión pública mundial los ve como genocidas. 

Ha llegado la hora de que su vocación humanista –inalterada por ciclos de guerras, intifadas, cohetes y atentados– sea finalmente reconocida.

[©FIRMAS PRESS] 

* Analista político internacional.

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