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Por si no estaba claro para la humanidad, Jesús de Nazaret, a quien llamamos Jesucristo, vino a darnos la “Buena Noticia” de que Dios es amor y nos propone como energía esencial de nuestro proyecto el amor. Lo que confirma que cuanto ha sido creado, por el AMOR de Dios, sigue siendo el origen de toda bondad.
Es muy interesante observar que cuando los filósofos reflexionan con metafísica descubren que todo “ser” tiene intrínsecamente, en sí mismo y por el hecho de existir, cuatro valores: es uno, es verdad (verdadero), es bueno y es bello.
Tiene belleza. En realidad, la verdad, la bondad, la belleza y la unidad nos envuelven, aunque nosotros no tengamos la sensibilidad necesaria para descubrirlas constantemente.
Lo estimulante es comprender que esos cuatro (sigámosle llamando “valores”) valores del ser, coincide que son los cuatro productos más fascinantes del amor. El auténtico amor genera, es, promueve, alienta verdad, bondad sin límites ni condiciones, belleza y hasta místicamente “unidad”. Esta emocionante producción es efusiva, es decir, se derrama en la persona amada, en los demás y en cuanto existe. Permítanme que cite a San Juan de la Cruz hablando del Amado, Cristo=Dios y las criaturas, en su emocionado “Cántico Espiritual”: ‘pasó por estos sotos con presura y yéndolas mirando, con solo su figura, vestidas las dejó de su hermosura”.
El amor es la fuente de todas las bondades. El que ama quiere ver feliz a la persona amada, porque siente que su felicidad es la felicidad de la persona amada y cuando se trata del amor exhaustivo, totalizante, son él y ella quienes recíprocamente quieren ser cada uno el que le haga plenamente feliz al otro. Entonces, lo que se busca y se desea constantemente es poder ofrecerle todas las bondades. Y claro está que la suma de las bondades para el otro es el amor.
En las demás formas de amor, en todas las formas de amar, sea amor maternal, paternal, filial, fraternal, familiar, de amistad, de compañerismo, de vecindad, etc… en todas el amor quiere siempre el bien de los amados y obsequia con todas las bondades que están a su alcance.
La relación entre amor y bondad es directa. Nadie puede imaginar una persona que ame y que a quien ama no le desee el bien, lo bueno; menos aún se puede imaginar una persona que nos ame y que nos haga mal, que nos haga daño. Y es que la experiencia en la vida nos confirma la esencial dinámica bienhechora entre quienes se aman. Es más, esta dinámica y su constancia se convierten en indicadores de discernimiento para descubrir si el amor que se nos declara es auténtico amor o solamente amor de atracción, por lo que la otra persona pueda ofrecerme de placer para mis apetencias erótico-sexuales y mis carencias afectivas.
El origen de las bondades está en el amor. ¿Qué hacer si queremos que nuestra sociedad sea una sociedad de ciudadanos que convivan produciendo y compartiendo bienes, gozando los efectos de la bondad colectiva?
La organización del Estado en democracia ha previsto que los políticos, cuya verdadera vocación y misión es trabajar para el Bien Común, reciban el poder del pueblo, mediante los votos, para que organicen y promuevan institucional y orgánicamente el Bien para todos.
Y a los educadores les ha confiado la extraordinaria vocación de desarrollar la capacidad de la afectividad, la capacidad de amar, fuente y energía inagotables del bien.
Educadores y políticos estamos lejos de crear las condiciones para que se logre el Bien Común básico para todos. La Carta de las Naciones Unidas de los Derechos Humanos garantiza la base del bien que toda persona necesita y desgraciadamente la mayoría de nuestra población aún no lo alcanzó. Tarea pendiente.
jmonterotirado@gmail.com