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La frase la pinta en cuerpo y alma. Así era ella y fue hasta el último momento en que la noticia de su fallecimiento sorprendió a todos esta semana, pues –salvo los familiares– casi nadie se enteró de que estaba enferma ni ella lo demostró.
Mi primer contacto con esta verdadera maestra de extensa trayectoria en el ámbito cultural y educativo comenzó cuando ensayaba las primeras líneas de periodismo en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción donde fue decana.
Sus enseñanzas y su preocupación por la historia se agudizaron con la celebración del Bicentenario, ocasión en que dio algunas recetas para replantear el estudio de esa materia que “casi se ha extinguido de las aulas”, según afirmó.
El joven –dijo en ABC Color del 7 de marzo de 2011– es ignorante, no conoce ni ama la patria, no ama su historia, y se impone una solución. Es necesario establecer la enseñanza de la historia como corresponde: una historia auténtica, sin manipulación y sin distorsiones tendenciosas.
Desde la Academia Paraguaya de la Historia y desde su mayor legado, el Centro Educativo Aula Viva, se preocupó de incentivar la lectura y el estudio de nuestra historia tanto en la Capital como en el interior. “Para nosotros el Bicentenario no es un mero recuerdo heroico de aquella gesta, algo que nos emociona. Tampoco es reeditar libros, libros, libros... pues se le da un ropaje nuevo y moderno, que son solamente actitudes del pasado. Tenemos que cambiar nuestro modo de ser con metas bien específicas, exaltar los valores, la identidad, sentirnos orgullosos de ser paraguayos y eso es identidad”.
Advirtió que “si no nos apuramos y no hacemos algo la historia se nos va de las manos”. Olinda aprovechó sus últimos días para hacer lo que podía. En octubre pasado presentó dos libros de incalculable valor bibliográfico, producto de su tenaz investigación: “La Mujer Paraguaya y su participación en la Guerra Grande” y “Pioneras de nuestra nacionalidad”. Retrató a todas, desde Mencia de Sanabria hasta Pancha Garmendia.
Fue afortunada en recibir en vida los homenajes que merecía con la placa de reconocimiento del Museo de Arte Sacro y la medalla del Protectorado Vitalicio de la Casa de la Independencia.
Algo que nunca abandonó Olinda es la enseñanza pues según sus palabras “en la historia quedaré como una estudiosa y en la docencia como una consagrada”. Sin lugar a dudas lo logró y su ejemplo debe servir para continuar con la fructífera labor encarada por una gran mujer, una protagonista de nuestro tiempo.