Ocaso de la moral y erotismo exacerbado (final)

Cargando...

Volvamos ahora al tema candente cuyo revuelo en el mundo ha motivado estas sucintas reflexiones. Hablamos de los abusos sexuales con que numerosos clérigos de la Iglesia Católica han ensombrecido el rostro de la fe ante la conciencia y juicio de la gente.   

Pues bien, para una opinión adecuada de todo este acontecer tan lamentable, hemos creído sinceramente que era necesario situarlo en la agitada convulsión de ideas y tendencias que el erotismo sexual ha desatado sobre la faz de la tierra en estos últimos 200 años. La exaltación y destape del sexo han llegado hasta el paroxismo más arrebatado.   

Era natural y lógico que el hombre de carne y hueso, clérigo o laico, célibe o casado, llegara a sentir las embestidas de estas tentaciones tan provocativas.   

Y cada sacerdote o religiosa consagrada a Dios sabe muy bien que el noble compromiso del celibato lo lleva como "en recipiente de barro" según San Pablo nos decía (2 Corintios 4,7). Y que uncidos a la libre y sagrada dedicación al servicio de Dios y de los hombres, saben muy bien todos ellos que el celibato no es axiomático sino aporético, es decir, difícil; lleva consigo día y noche así el acíbar como la miel. Pero más allá de las posibles infidelidades y dura lucha, el consuelo y perdón de la misericordia divina es solidísima roca de esperanza.   

No pocos cristianos, sin embargo, así teólogos como moralistas han atribuido a la ley del celibato estas numerosas transgresiones que han sido negra noticia en estos días. Solo Dios podrá saber con exactitud quiénes y cuántos han sucumbido por las debilidades lamentables de la naturaleza, después de haber soportado el celibato con acerbo refunfuño de largo tiempo. Aun dado el caso de que la ley canónica del celibato por momentos se haya vuelto insoportable a la débil voluntad humana de muchos clérigos, el valor del celibato en sí mismo, como donación entera de las energías al servicio de Dios y de los prójimos hermanos, permanece claro y firme a los ojos de un auténtico creyente.   

Basta mirar con sinceridad la figura excelsa de Jesús, nuestro Salvador, paradigma indefectible de todo sano humanismo; y basta mirar o hacer memoria de la Virgen María, "bendita entre todas la mujeres", para descubrir con certeza que la consagración celibataria significa un modus vivendi de lo más generoso y un gesto perenne de amor indiviso.   

Y si volvemos los ojos a este mundo de hoy día, enceguecido y entorpecido por el negro aluvión de un sexualismo paroxístico, el testimonio del celibato consagrado se nos presenta a todos como "una antorcha luminosa en medio de la oscura noche moral de nuestro tiempo". Entre flores y frutos de muy subido precio, claro está que no faltarán espinas y abrojos dignos de llanto. Pero este es el mundo en que vivimos, y no hay otro mundo, desde que Adán pecó y "por nuestra culpa la tierra se volvió inhóspita" (Génesis 3,17).   

Sin embargo, este aluvión de negras noticias que ha ganado las calles del mundo en estos días debe ser para todos los cristianos de fe católica un poderoso toque de atención. Nos muestra con viva urgencia la necesidad apremiante de elevar las cotas de nuestra fe y de nuestra moral languidecientes.   

Solo de ese modo seremos de verdad "luz del mundo y sal de la tierra" como Jesús nos decía en el Sermón de la Montaña.
Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...