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Los obsecuentes forman parte del grupo de apoyo de los gobernantes y generalmente están mucho más cerca del poder que los corruptos. Si el corrupto está muy cerca del poder es porque comparte con el hombre de la lapicera, pero el obsecuente, si no está cerca hace todo lo posible por ubicarse ahí para explotar aún más la vanidad del poderoso de turno. Puede ejercer su vocación desde la distancia, sin necesidad de ubicarse en el primer anillo, pero la proximidad lo favorece.
Desde que cayó Stroessner en 1989 nunca vi un gobierno tan rodeado de obsecuentes como el actual de Horacio Cartes: hombres y mujeres que accedieron a través de sus partidos o a través de sus contactos políticos, aunque no por ello sin méritos en algunos casos, a cargos de prestigio y de honor, se arrodillan frente a una persona por el solo hecho de tener más que los demás. Dije tener más que los demás, no por ser más que los demás.
Hemos visto, sin necesidad de mucho esfuerzo porque el obsecuente hace gala de exhibicionismo de su hábito, a diputados y senadores, gobernadores, intendentes, concejales, fiscales, jueces y últimamente ministros de la Corte Suprema de Justicia cuadrarse al titular del Ejecutivo con sus exclusivos asesores y a su cuerpo de gerentes, para avalar sus afanes de dominio, continuismo, y pisotear también los claros principios y preceptos constitucionales.
Dicen que Evita Perón era una cazadora nata de obsecuentes, de cuya presencia Perón casi nunca se daba cuenta, pero aún así el peronismo se convirtió en una escuela formidable de obsecuencia, tal como lo fue también el stronismo aunque aquí los alumnos bajaron de categoría al ser bautizados como “chupamedias”, pero no por ello menos perjudiciales.
El obsecuente, debe saberlo Horacio Cartes, no es un amigo por más coincidencia que diga profesar con el jefe. Lo verá ir directo al precipicio y en vez de detenerlo, lo alentará con elogios y argumentos rescatados del propio jefe o reciclados de otro que anteriormente ya convenció al supremo. Tratando de congraciarse, el obsecuente se ubicará en el borde más peligroso del abismo, esperando que el otro llegue y se tire al vacío, hasta donde jamás lo acompañará.
Se dice que los chupamedias todo lo aplauden cuando uno de los obsecuentes lo inicia. No tienen el coraje de señalar el camino correcto y menos aún de contradecir al que manda, tal como lo hizo el humilde ciudadano de 14 hijos, Pablo González, en un acto partidario donde dijo al presidente Cartes que estaba diciendo pavadas, que estaba rodeado de ladrones mientras había jóvenes sin poder estudiar. Naturalmente, González fue echado del local, por decir lo que piensa.
Ciudadanos como Pablo González vendrían bien a los microclimas del poder; alguien que se anime a decir la verdad, sin importar las consecuencias, y no personas obsecuentes, sin valor ni coraje pero con suficiente flexibilidad de espinazo para asentir todo, inclusive para llorar con el jefe, para acompañarlo al cementerio, pero sin meterse con él en la tumba.
¿Verdad que hay muchos últimamente en nuestras instituciones republicanas? Pobrecitos anga ellos, o pobrecitos nosotros que teniendo la capacidad de botarlos, volveremos a verlos por mucho tiempo. Botar = “arrojar, tirar, echar fuera a alguien o algo” (Castellano Actual). Votar = elegir entre varios. De ambas palabras necesitamos este domingo.
ebritez@abc.com.py