#Notecalles

Fueron dos meses de hacer líos; pero hoy decae el ímpetu protestatario por efecto del desgaste natural y la proximidad del fin del año, sumándose a la inminencia de las elecciones municipales, que serán buen termómetro para medir si aquel barullo anuncia realmente una nueva ciudadanía. Estos acontecimientos tuvieron la particularidad de incorporar algunas novedades tecnológicas, como las convocatorias por las redes sociales. ¿Se globalizará la queja social y se uniformarán sus modos de expresión a través de ellas? Veamos algo del proceso histórico.

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Hace algunas décadas, en Indochina, bonzos budistas protestaban echándose gasolina y prendiéndose fuego, incinerándose quedamente, en una calle cualquiera de Saigón, Luang Prabang o Pnom Pehn. En los EE.UU., los manifestantes caminan ordenadamente en círculos, mostrando cartelitos que llevan leyendas escuetas. En África, marchan aporreando instrumentos de percusión y bailando con entusiasmo. En algunas ciudades islámicas van ametrallando vidrieras y automóviles. En fin, en otros sitios se queman cubiertas de caucho o se lanzan bombas molotov. Cuentan que los obreros japoneses suelen rebelarse trabajando más de la cuenta, con la pérfida intención de crear problemas de stock a sus empresas.

En Iberoamérica, de un tiempo a esta parte, realizamos “sentatas”, “pintatas”, “paratas”; cierres, ocupaciones, bloqueos y cosas parecidas; a veces amenizadas con estribillos cadenciosos y machacantes, como “se va a acabar..., se va a acabar”. En tiempos de la dictadura se saltaba rítmicamente, coreando “el que no salta es pyrague”. Desaparecido el pyrague, se lo sustituye con cualquier calificativo conveniente, aunque altere el compás. Últimamente, en algunos círculos laborales entró de moda crucificarse, aunque no al modo místico de los rituales filipinos de Semana Santa, sino como una variedad profana, bastante menos dramática.

Los eslóganes también entran y salen de moda según época y lugar. Ahora tienen que ser cortos y concisos. A menudo no pasan de exclamaciones como “¡Basta de!”, “¡No!”, “Sí!”, “¡Ya!”, “Nunca más”. Con la vasta urdimbre de las redes sociales y sus herramientas, que aceleran la diseminación, los mensajes alcanzan a un vasto auditorio en tan corto tiempo que hasta es posible organizar una manifestación (ojo, ya no se dice mitin) en cuestión de horas.

La última que tenemos es “#...notecalles”, donde cada quien introduce los nombres o siglas que desea. Representa, figurativamente, la consigna “no sigas tolerando”, ya que para eso de continuar hablando nomás, en este país nadie parece necesitar requerimientos especiales. En verdad, algunas personas parlotean tanto que, al final, se queda uno sin saber qué pretendieron decir o contra quién quisieron disparar. Otras se limitan a decir lo indispensable, pero estas no suelen ser latinas. Hay que desconfiar de un yanqui que habla demasiado, por ejemplo, porque podría ser un espía o un porteño que consiguió la green card.

Antiguamente, los dioses se comunicaban con nosotros por intermedio de una garganta humana; así funcionaban los oráculos griegos y así se continúa haciendo en algunos templos en que sus pastores, como disponen del número privado de Dios y mantienen cotidiana conversación con él, pueden informarnos qué opina el Creador de lo que está sucediendo, qué desea que hagamos, cómo y para cuándo.

El padre Charlevoix relata que Roque González de Santa Cruz, ya extinto, continuó hablando por medio de su corazón durante algunos minutos más, dirigiendo amables amonestaciones a un reducido auditorio indígena que, en vez de prestarle atención, se empeñaba en arrojar sus restos a una hoguera. Pero fíjese: ¡Seguir hablando después de muerto! Mérito suficiente para ser nombrado el santo patrono del

hashtag “#...notecalles”. Fue algo asombroso. Un prodigio, por cierto, que varias amigas y amigos míos aspiran a emular, aunque luego no los conduzca a los altares.

En fin, lo que no hay que callar, que no se calle. Esta debe ser norma cívica principal. Y es mejor expresarse públicamente que en privado; aunque siempre bajo la condición de hacerlo solo cuando es importante. He aquí la diferencia principal entre el un

“#notecalles” y un “#nohablesalpedo”; hashtag, este último, que buena falta hace se lo ponga a circular también, más todavía en momentos electorales. ¿Se lo creará alguna vez? Los líderes tienen la palabra (una vez más).

glaterza@abc.com.py

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