Nombres, juegos y tronos

SALAMANCA, España. El pediatra de mi hijo era un hombre de esos que se dan solo una vez por siglo, tanto como profesional como ser humano. Cuando iba a ver a un recién nacido lo primero que les preguntaba a los padres era cómo se llamaba; y si estos comenzaban diciendo que estaban dudando entre fulano o mengano o zutano, montaba en cólera. “Tuvieron nueve meses para pensarlo. Ahora el niño ya está aquí y todavía no tiene nombre”. Por suerte nosotros no tropezamos con ese problema ya que su nombre estaba decidido por lo menos un siglo antes en memoria de mi bisabuelo, Ignacio, aquel malagueño alanceado en la Guerra del 70.

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Ante la aparición de algunas noticias se me hizo presente el recuerdo de aquel pediatra obsesionado con los nombres de los niños y creo haberlo al fin comprendido. De acuerdo a las estadísticas de población de la oficina correspondiente, se sabe que en este momento hay en España seiscientas niñas que se llaman Daenerys y que, por suerte, no le agregaron su segundo nombre: Targaryen. Que se vean quienes tengan que pronunciarlos. Se trata de un personaje de la famosísima serie “Juegos de Tronos”, que acaba de culminar en su octava temporada, y que había comenzado en 2011.

Muchos padres de familia, deslumbrados por la belleza de aquella jovencita, soñaron con un destino parecido para sus hijas y las llamaron Daenerys. Pero no hay que confiar en el destino. Resulta ser que ocho temporadas más tarde aquella hermosa niña resultó ser una tal por cual y hasta aparentemente está tramando alianzas con grupos que serían los nazis de la época.

Ante este giro hay madres desesperadas que hablaron para la prensa preguntándose “¿Qué hago ahora con mi hija?”. Pregunta equivocada. Es la hija la que tendría que preguntarle a su madre: “¿Qué hago ahora con el nombre que me impuso tu estupidez?”. Es algo similar que podría haber sucedido en los años treinta y cuarenta del siglo pasado cuando los padres, deslumbrados por las cualidades actorales de Boris Karloff, le hubieran llamado a su hijo Drácula o Frankenstein. Imagínense el pobre niño asistiendo a clase en su escuela: “A ver, Draculita –le llamaría la atención su maestra–, deja de mirarle la yugular a tu compañera y presta atención a lo que estoy explicando”.

Hay padres que tendrían que ser llevados a los tribunales acusados de violencia intrafamiliar por el nombre que les ponen a sus hijos. ¿Pensaron que el nombre será parte de la tarjeta de presentación de su hijo desde el momento en que tenga que enfrentarse a los demás, desde el preescolar o el jardín de infantes? Si no tienen algún pariente cercano o lejano a quien quieran distinguir copiándole el nombre, pues compren el Almanaque Bristol, que se sigue editando, y allí van a encontrar miles de nombres que podrán elegir con el debido cuidado de modo que no terminen llamando al niño o a la niña Témpora, Tránsito, Anunciación, Circuncisión (que llamativamente es nombre femenino si bien es el varón el que la sufre), Remedios, Dolores, etcétera.

Moraleja: dedíquense a jugar con los tronos en lugar de jugar con los nombres, que los niños no tienen por qué sufrir las consecuencias de la estupidez de los mayores que se dejan seducir por cualquier historia que aparece en la televisión. Estoy seguro de que si aquellos grandes señores medievales vieran estas películas, se morirían de envidia y querrían tener tales trajes y castillos que ellos nunca tuvieron en su vida.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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