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Me pareció –no obstante– necesario puntualizar cuando se abrió el debate, que el reconocimiento de las culpas y el perdón correspondiente, no tienen sentido si el gesto no se manifiesta en actos concretos que permitan mejorar la relación entre nuestros países. Ni el pedido resulta sincero cuando el “revisionismo” del que se hace gala, se remite a admitir lo que muchos paraguayos y extranjeros venían pregonando desde Alberdi en adelante: que la guerra fue un explícito intento de borrar al Paraguay del mapa de América. De despojarle de todo liderazgo útil. Dejarle apenas una sobrevivencia simbólica, funcional a los designios de quienes quedaban “a cargo” de su futuro. Y que cuando la estantería de los aliados se vino abajo con la revelación del Tratado Secreto y la tenaz resistencia de López y el pueblo paraguayo en armas, una nueva “alianza intelectual” de extranjeros y paraguayos mentalmente colonizados, cambió las cartas de la discusión poniendo sobre la mesa el cuento de la “redención al Paraguay”. Lo que hizo que nos olvidáramos de la guerra y de sus motivos, para iniciar las sempiternas discusiones que buscan dilucidar –hasta la fecha– si el Mariscal López fue héroe o villano.
Y aunque hoy se sabe mucho más de lo que se discutía antes, pareciera que en el Mercosur, mayoritariamente “bolivariano”, siguen reinando las sombras de Pedro II, Mitre y Venancio Flores, espectros de un liberalismo conservador completamente opuesto a la retórica “progresista” de sus componentes. Mientras el Paraguay sigue castigado con lo “políticamente incorrecto” en el intento de ejercer lo “jurídicamente correcto”; además de continuar con las culpas de su debilidad estructural: la mediterraneidad. Esa “herejía geográfica” –al decir de Luis A. de Herrera– que nos reitera dependientes como antaño de los “puertos precisos”. Sometidos desde siempre a los caprichos de quienes tienen la llave de nuestro acceso al mar con sus recicladas gabelas, peajes, derechos de romana o sisas de los tiempos coloniales.
Podemos perdonar a los argentinos y a los brasileños también, una vez que éstos nos devuelvan lo nuestro. Cuando los dos Estados reconozcan oficial y solemnemente los abusos cometidos. Especialmente los posteriores a la guerra. Y que el pedido de perdón sea también oficial, como para dar valor al que se produjo en la emotiva atmósfera de una feria de libros. Para que cuando construyamos represas, las utilicemos con equidad y provecho, sin desmedro a “los que no pusieron nada”. Que si construimos puentes, que sirvan para hacer más fluido el contacto entre nuestros pueblos y no para que nuestros vecinos “nos controlen mejor”, con la burocracia que inventen o el motivo que se les ocurra. Que la prohibición de Mitre para circular por territorio argentino de abril de 1865, no se perpetúe hasta interferir las exportaciones paraguayas hacia el Pacífico o más allá de estas vecindades. Que reconozcan argentinos y brasileños que ya pagamos, con creces, la deuda de guerra que nos impusieron (Argentina: hasta el 12 de agosto de 1942 = 72 años. Brasil: 4 mayo de 1943 = 73 años) y que si nos sentamos en un Mercado Común, que éste no se diferencie de alianzas del pasado solo porque aquellas fueron secretas.
En la noche del 24 de la Feria del Libro, algunos de los presentes dijeron que no “era el momento” de importunar a los argentinos. Yo creo que sí. Que cuando tenemos enfrente a la representante oficial de su gobierno y a un miembro de su comunidad intelectual, es un buen momento. Desde luego que no hubiera querido ser yo el responsable del reclamo, pero cuando nuestras autoridades guardan silencio (las nacionales y las de las Academias de Historia) y las reuniones bilaterales en la que participan solo sean un cotejo de besamanos y lisonjas, los ciudadanos comunes creemos que estas oportunidades SON para decir lo que ellos, por cobardía o ignorancia, callan. Esperemos que solo por ignorancia...
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