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Este hecho debe ser analizado desde tres vertientes: la crueldad contra los animales, la inseguridad de los cuarteles y la urgente necesidad de solucionar definitivamente el problema suscitado ante las anuales crecientes del río y ubicar a los damnificados en otras áreas definitivas, no en predios militares ni en plazas públicas. No se trata únicamente de que hayan apuñalado por pura diversión a un caballo al que dejaron tirado desangrándose como parte del macabro espectáculo, sino, que como lo hicieron en los predios del RC4, este alevoso hecho desnuda la inseguridad y vulnerabilidad de nuestros cuarteles, e instituciones donde debería imperar una seguridad y vigilancia absolutas. Y se viene a sumar con lo acontecido poco tiempo atrás en la Agrupación Especializada de la Policía Nacional, donde un peligroso narcotraficante allí recluido, asesinó en su propia celda a una joven cortándole la garganta, en un intento por evitar su extradición al Brasil. Previo a esto se había descubierto un plan de supuestos integrantes de su banda para liberarlo, atacando el sitio con armas y explosivos. Como vemos es la seguridad tanto de estas instituciones, como la de la ciudadanía en general la que viene sufriendo por la proliferación de delincuentes que cercenan las vidas de las personas impunemente, hasta para robarles un celular.
Resulta inexplicable que los malhechores se paseen libremente por el predio castrense, sin que existan centinelas, patrullas, guardias y cámaras que registren sus movimientos. Este emblemático caballo y los caballos de ese Regimiento deberían dormir en caballerizas, no pasar la noche abandonados a su suerte en un campo de nadie. Y aún durante el día, todo el predio debe estar bajo permanente y estricta vigilancia. La muerte de “Tacuary” debe ser tratada como homicidio calificado y desplegarse personas expertas para reunir evidencias, identificar a los autores de este hecho delictivo tan cruel, y ponerlos a disposición de los fiscales tanto del fuero criminal como del ambiental.
“Tacuary” es un símbolo que reverdece el patriotismo y nos renueva la convicción de que paraguayo y caballo eran temibles y temidos defensores de esta heredad. La mezquina y gratuita crueldad de quienes perpetraron este salvajismo debe recibir un castigo ejemplar.
No es solamente un animal sacrificado sin ningún sentido lo que acá se busca escarmentar. Se debe también poner fin a la excusa que permite a delincuentes gozar de total impunidad para pasearse armados por nuestras calles y por nuestras unidades militares, sin control alguno. La población solidaria trata de paliar la suerte de quienes sufren con la crecida del río, con todo tipo de medida provisoria y temporal, pero esto es aprovechado por los forajidos para merodear sin control y con violencia, perjudicando a los verdaderos refugiados. Se debe censar a los que efectivamente necesitan socorro y protegerlos de quienes abusan de esa condición y agreden a los demás.
Esta justa ira ciudadana por lo ocurrido con “Tacuary” no se ha de aplacar hasta que sus asesinos sean plenamente identificados y juzgados. Las excusas están demás. Los delincuentes armados y desaforados esta vez sacrificaron gratuitamente a ese bello animal, pero la absoluta libertad que poseen para hacer el mal indiscriminadamente podía haber tenido cualquier otra víctima. La convivencia exige firmeza en el castigo al comportamiento delincuencial. “Tacuary” nos exhorta a hacer lo que está bien y ello significa aplicar el peso de la Ley a quienes lo ultimaron. La ciudadanía exige que ni los crímenes, ni los asaltos que se suceden día a día, ni la cruel muerte de “Tacuary” queden impunes. Es hora de que nuestras autoridades reaccionen, y lo hagan para honrar a quienes al grito de “Adelante Valois” ofrendaron sus vidas por legarnos una Patria libre y soberana.