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En todas partes, menos en Paraguay.
Es lo que dolorosamente aprendió la familia de Sarita Amapola, la pequeña esteña de solo dos años, que exactamente ocho días atrás quiso jugar descalza en una plaza pública de Ciudad del Este. Ni Sarita ni su mamá contaron con que en Paraguay un espacio público es también un peligro público. La nena pisó un cable pelado que sobresalía de una de las cajas de electricidad del nuevo alumbrado, en plena plaza Monseñor van Aaken. Sarita sigue internada, con pronóstico reservado, luchando.
¿Cómo pudo ocurrir?
La Municipalidad, que aparece como la principal acusada por la familia de la pequeña, alega que la culpa es de grupos vandálicos que se dedican a destrozar todas las mejoras. Afirman que desde el momento del accidente, han acompañado a la familia y han aportado fondos para el tratamiento. Han dado todo tipo de argumentos, pero lo único que no asumen es que, como autoridades comunales, siguen teniendo la responsabilidad de velar por el bienestar de los ciudadanos.
Si los vándalos rompen las mejoras, ellos deben clausurar las plazas. Si la responsabilidad es de la deficiente instalación eléctrica, deben reclamar a la empresa responsable o a la ANDE. Si una nena se electrocuta en un parque público, tienen la obligación de asumir que hay fallas graves en el control de las instalaciones. Todo lo que puedan hacer después de una tragedia como esta solo serán excusas. Simplemente, no debió haber pasado.
El caso de Sarita viene a recordarnos al resto de los paraguayos lo mucho que aún nos falta como ciudadanía y lo poco que seguimos importando para quienes ostentan el poder. Es un llamado de atención que nos señala que la negligencia, la desidia y la corrupción siguen gobernándonos, riéndose de nosotros, esperando la ocasión de llevarse nuestras vidas o la de nuestros hijos.
ana.rivas@abc.com.py