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Cualquiera sea la denominación que convengamos para nuestro régimen político actual, el tiempo transcurrido (29 años) desde el derrocamiento de Stroessner luego de 34 años de poder autoritario, sanguinario y corrupto, no fue al parecer suficiente para instalar la democracia, ya que el actual régimen, si bien es menos autoritario y más libre que el anterior, menos sanguinario en el ámbito del Estado pero mucho más violento y criminal en el mundo de la delincuencia, es tal vez más corrupto que el anterior.
No obstante, el gran déficit de la democracia paraguaya es la debilidad cívica de la ciudadanía, con una apatía para elegir representantes capaces de cumplir con el deber de velar por los intereses generales de la población y proteger con celo el orden legal y constitucional, además de proteger el funcionamiento de las instituciones republicanas.
La persistencia de una mentalidad autoritaria predominante, de la violencia política, del auge de la delincuencia, de la grosera pobreza, de la exclusión de pueblos indígenas y de la corrupción con impunidad son en realidad consecuencias de una mala calidad global de decisiones y de la falta de medidas acertadas para enfrentar los problemas.
Sigo sin entender por qué a los ciudadanos nos cuesta tanto comprender que esas medidas las toman personas a las cuales nosotros hemos elegido para que actúen en representación nuestra. No son extraterrestres, no son zombies, no son extraños (aunque sí algunos lo son pero de pelo largo).
Son nuestros representantes, porque nosotros –y no otros– los elegimos libremente en las urnas para hacer el trabajo que resulta imposible hacerlo cada uno en la gestión pública. No he visto nunca una foto o una filmación de algún elector amenazado por otro en el cuarto oscuro para que vote por determinados candidatos.
Claro, conozco toda la historia de las explicaciones sobre el comportamiento político y cívico en un contexto autoritario, de incultura política, de clientelismo y prebendarismo, de corrupción e impunidad. Todos conocemos esa historia más el aichejára anga de los que venden sus votos por necesidad o de ñanderapicha que apenas lee y vota sin saber lo que pasa. Una especie de no saben lo que hacen.
Acaso es tan difícil entender que en el cuarto oscuro estás solo, sin testigo, sin mirones. Solo, sola, sin nadie que haga la liga ni te reproche o te reclame. Acaso cuesta entender que ahí no tenés deuda con nadie, no tenés compromiso con nadie, que estás libre absolutamente y lo que decidas no puede tener consecuencia alguna para vos y menos en tu familia.
Pero en ese preciso instante, en ese exacto lugar, en que vota en la inmensa soledad, la mayoría se deja chantajear aún por sus temores de afuera y de antes. De afuera por las chapas y víveres que recibió, por los chorizos y la cerveza que consumió y por el cien mil’i que aceptó. De antes por el temor a traicionar la memoria de sus padres y abuelos.
¿Quién fue el sujeto o quiénes fueron los que nos metieron en la cabeza que votar siempre por los mismos canallas –que son canallas porque lo sabemos y no porque nos dijeron que son canallas– es un deber de familia, por el solo hecho de presentarse ante nosotros con un determinado color o unas prácticas copiadas de los más antiguos?
Treinta años son suficientes para aprender y darnos cuenta de que esta situación no nos lleva a un estadio mejor. Dejemos de culpar al “otro”, ñande culpa ningo.
ebritez@abc.com.py