Murga amarilla de orangutanes

Encarnación, Encarnayork, Perla del Sur… le llames como le llames, la capital del departamento de Itapúa es noticia en esta época del año cuando despliega sus plumas en los espaldares de esbeltas señoritas de voluptuosos escotes en lo que se da en llamar Carnaval encarnaceno, una celebración popular que se ve por aquellas costas del río Paraná desde 1916. La innovación es marca registrada año tras año en el evento considerado el tercer carnaval más importante de la región. Ahora bien, teniendo sobre las espaldas semejante prospecto, es inexplicable cómo la organización contrata a personas violentas y sin capacitación para lidiar con el trabajo de la prensa, cuyo único objetivo es captar las imágenes de una fiesta. No hay demasiado secreto que guardar cuando hay una alta exposición de féminas que entran a escena muy escasas de prendas mostrando más piel de lo que en su vida los prójimos de la platea masculina verán en público y sin demasiada censura (se recuerda que en carnaval “todo vale”).

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Dice el mandato periodístico que el periodista no puede ser más noticia que la misma noticia. Sin embargo, hay casos en los que las circunstancias no dejan otra opción. Lo triste es que esa opción no es para contar algo alegre, sino hechos lamentables.

El viernes a la noche la primera fotografía que me llegó al teléfono desde la Perla del Sur parecía la representación de una murga en la que tres orangutanes vestidos de amarillo, mas otros que parecían ser policías, se abalanzaban sobre una persona. Al ver los detalles, caía en la cuenta de que no se trataba de ninguna simulación. 

En el centro de la “murga” –con el perdón de los señores murgueros– se encontraba el colega Juan Augusto Roa, corresponsal del diario ABC en esa ciudad, siendo molido a golpes por los guardias de la empresa de seguridad MVA. La siguiente foto era del rostro del colega ensangrentado, y la siguiente igual y así... 

¿Qué motivó la represalia? Que Roa estaba tratando de fotografiar a la comparsa que abría el desfile y al ser increpado por los guardias, este rodeó al grupo humano que danzaba y se cruzó por enfrente para no interponerse entre las bailarinas.

Es lo último que recuerda antes de que los orangutanes se le abalanzaran para golpearlo y también destruir su cámara. La organización se lavó las manos. Sin embargo, es responsable al contratar a este tipo de personas. Si no son los del gobierno, son los de las empresas privadas. No existe seguridad para el ejercicio periodístico, garantía consagrada en la Constitución Nacional.

Si no nos matan por denunciar al narcotráfico, amenazar por difundir audios de corrupción, ahora también nos golpean por estar buscando un mejor ángulo para retratar a una señorita generosa de carnes en fiestas carnestolendas. Una vergüenza.

mescurra@abc.com.py

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