Monstruos

“Me convierto en marciano no sé ni cómo me llamo” Glenn Danzig - The Misfits

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¡Me pinto los labios y qué!, dice Víctor Bogado desde una gigantografía, para conseguir votos de los afiliados a su partido rojo como el labial Revlon Couture. No lo dice con palabras impresas ni dichas, pero lo confirma el gloss que un retocador vengador de la humanidad le puso en ese cartel donde le borraron las arrugas, las ojeras y le dejaron incluso a él bastante difuso.

Es bueno que durante las campañas políticas los diseñadores gráficos y editores de fotos tengan trabajo. Lo que no sé si es bueno es que tengan tanto trabajo.

A Efraín Alegre, por ejemplo, les habrá costado mucho esfuerzo hacerle un alisado tipo Manuelita (lo plancharon en francés, del derecho y del revés). En la vida real, Alegre tiene más arrugas que un Shar Pei. En el universo paralelo de los afiches de candidatos en campaña, tiene la mirada profunda y la piel tersa como la de la colita de mi sobrina de 9 meses.

En el caso de Tomás Bittar, uno que quiere ir al Parlasur, la alteración de la realidad logra el efecto químico de evocar un olor: a viejo verde, que es lo mismo que decir olor a Old Spice. Su caso requiere un poco más de descripción temeraria: el cartel gigante con su cara dispara inmediatamente la siguiente asociación de ideas: estoy borracho-me voy a bañar para que se me pase-no se me pasa-me tiro ocho hectolitros de Old Spice para que no se note-igual se nota.

No digo que esto sea verdad. Ni que sea mentira. Es la sensación fulminante que genera ver su cara a escala 1:1000. Incluso varias horas después de haber mirado el cartel, la punta de la nariz sigue picando.

Alguien me sugirió ir a ver la gigantografía de Sixto Pereira porque le habían puesto “igualito a Brad Pitt”. Alguien debe demandar a su oftalmólogo. Sixto no tiene nada de la belleza semiandrógina y simétrica de Brad. Más bien parece un osito de peluche enorme, cosido y rellenado por un niño esclavo, de esos que los novios regalan el 14 de febrero y que para el 16 en la casa de la novia ya nadie sabe dónde poner a juntar ácaros.

En esta competencia de monstruosidades no hay ganador. Pero sí hay un empate. Triple.

Un tal Celso Duarte, que no sé cómo será en realidad, o cómo habrá sido antes de que los photoshoperos se propasaran con él y decidieran, más que retocarlo, embalsamarlo; Iván Ojeda, que al menos en los afiches tiene los dientes más blancos del mundo (como no lo conozco, cabe la posibilidad de que yo simplemente sea mala y mentirosa, así que hago un llamado a la cordura: si Iván es de verdad como sale en los afiches, entonces es un alienígena y estamos ante una conspiración marciana para conquistar el mundo desde bien, bien abajo; por favor, que alguien verifique si puede doblar el meñique), y Dany Durand.

Dije que había un empate, pero en realidad Dany pasó por muchos procesos diferentes y creo que uno de ellos es en realidad ganador: ese donde parece una cruza de Hitler con flequillo tieso y Cachito, solo que se lo olvidaron en el horno y se rostizó de más.

También hay trabajos de Photoshop bien hechos. Tan bien hechos que parecen no hechos. Como el de Yamil Esgaib, que se muestra tal cual es: el gemelo de Gargamel, el malvado de Los Pitufos. La única diferencia es que Gargamel es soltero y Esgaib se compró una esposa.

Hablando de malvados, si los productores de Dallas están haciendo un casting para reemplazar al malo malísimo y detestable de J.R. Ewing, que se les murió la semana pasada, yo les diría que dejen de buscar. Es ver la cara de Hugo Saguier Caballero, gigante sobre la avenida España y decir: ¡this one! Su mirada ruin eriza los pelos de la nuca y hace que uno grite automáticamente ¡Sí, fui yo, y mi cómplice fue mi abuelita en silla de ruedas!, incluso antes de saber de qué está acusado. Bien por los diseñadores comprometidos con el respeto a la verdadera cara de su cliente.

En la categoría Photoshop bien hechos sí hay un claro ganador.

Es Horacio Cartes, que nos mira omnipresente desde cuanto espacio público se puede apropiar, con una perfecta cara de albañil. Es cierto, un albañil muy pituco, con los dientes en demasiado buen estado y en algunos carteles incluso con los labios pintados, aunque usa un tono menos brillante que el de Víctor. No hay nada particularmente malo en parecer un albañil. Tampoco nada particularmente bueno. Lo importante es no parecer un narco.

ndaporta@abc.com.py

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