Mi reino no es de este mundo

Según connotados antropólogos y biólogos evolucionistas, en la propia naturaleza del ser humano existe una necesidad de vincularse con lo trascendente.

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Un primer razonamiento nos llevaría a concluir que en el pasado esto era algo cuasi necesario, para poder darle sentido a lo que ese ser inteligente –pero dotado de enormes limitaciones– no acertaba a comprender: en la naturaleza que lo rodeaba o en el misterio del nacimiento y de la muerte.

Así fue como a lo largo de los tiempos, los desastres naturales, las epidemias y todo tipo de calamidades y desgracias fueron achacados a esos poderes sobrenaturales, muy a menudo personificados en divinidades que jugaban con los seres humanos de acuerdo a su humor y conveniencia.

Para calmar a estos ciclotímicos dioses se les ofrecía todo tipo de sacrificios, que en algunos casos incluían sacrificios humanos. La benevolencia de los dioses era cuestión pasajera y, cuando sucedía, casi siempre se debía a que estaban en la atención de sus propios asuntos y no precisamente por magnanimidad. Dicho de otra manera, lo normal era que perdieran la paciencia bastante seguido y la humanidad estaba casi siempre en peligro. Los sistemas de creencias se fueron sofisticando con el tiempo y aparecieron las religiones como manera de abordar lo existencial, moral y sobrenatural.

Antes de que existieran los Estados para arreglar las normas de convivencia de los grupos humanos, la religión y sus sacerdotes se encontraban en la cima de la pirámide social y ejercían el papel de autoridades con plenos poderes; además de establecer las medidas que debían reglar para bien y mal la vida de las comunidades. Así terminaron algunos pueblos sacando de sus dietas para siempre el cerdo o los mariscos, en lo que en realidad eran medidas sanitarias o ambientales.

El tiempo fue pasando y a medida que los descubrimientos geográficos fueron poniendo al ser humano en contacto con otros grupos, se empezaron a dar los primeros enfrentamientos religiosos con resultados dispares. La ciencia más tarde puso también en aprietos a algunos de los dogmas de fe que enfrentaron en más de una ocasión a la razón y la religión.

La historia está plagada de capítulos siniestros, en donde las autoridades religiosas combatieron, y no precisamente con las ideas, las reformas dentro de las religiones tradicionales y la pérdida del mundanal poder, y ¡ojo! que no me refiero tan solo al cristianismo.

Pero a pesar de todas estas idas y venidas y ya bien entrado el siglo XXI, las religiones siguen teniendo una extraordinaria influencia en la vida de la gente, y aunque el secularismo ha crecido en el mundo occidental, no es menos cierto que la radicalización ha crecido también enormemente en otras partes del mundo. Pero esa secularización occidental no ha permeado tanto a la América morena, y la elección del nuevo Papa fue una muestra de la importancia política que sigue teniendo la Iglesia Católica en nuestra Latinoamérica.

Empezando por la selección de un latinoamericano, que no es casualidad alguna, ya que es en este continente en donde vive la mayor cantidad de fieles; siguiendo con Obama que saludó inmediatamente al “paladín de los pobres” dedicando claramente esta manifestación a esa imponente mayoría latina que habita hoy los Estados Unidos, pasando por Maduro que aseguró que el propio Cristo recibió del “comandante” el consejo de elegir un latinoamericano, proclamando también que ya el finado se encuentra en el Reino de los Cielos, para delirio de sus seguidores. Sin olvidar a Cristina, quien lamiéndose las heridas tuvo que escribir una nota felicitando a su enemigo histórico, por culpa de quien ni siquiera asistía a los tedeum que se realizaban en la Catedral de Buenos Aires en fechas patrias y que se apresta ahora a viajar a Roma para asistir a su asunción. Incluyendo a Dilma, nuestra vecina, que se confiesa “casi atea”, pero que ha anunciado también que asistirá a la ceremonia. Cincuenta y cinco millones de católicos brasileños no es cifra desdeñable como para no hacerles un guiño y la Presidenta no tiene un pelo de tonta.

Por acá no hay que olvidar que si en su momento se eligió a Lugo como presidente, fue en un alto porcentaje por su condición de Pastor de la Iglesia y no precisamente por sus dotes de estadista.

Francisco le pondrá su impronta con seguridad a su papado y veremos muy pronto como se mueve.

Representa a un reino que no es de este mundo, pero su poder si lo será.

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