Mater tua mala burra est

Nadie contenta a todos en una columna periodística. Se irritan los que no hallan lo que esperan; otros por hallar lo que les desagrada, y a la mayoría aburre los comentarios políticos. Alguien me detuvo: “Uds. no tienen derecho a echar a perder a los lectores su domingo”. Ante un argumento irrefutable y siendo esta la semana internacional del animal, pues, ¡nada de política, razas ni religión!; se hablará del perisodáctilo.

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Gente informada sabe que la mula es hija hembra de amores ilícitos entre caballo y burra. No obstante, muy pocos se enteran de que se denomina burdégano al hijo macho de esa pareja. Y la ciencia aún no explica por qué tales amores no suelen darse entre el burro y la yegua, aunque puede suponerse debido a notorias asimetrías de alzada y envergadura.

En España, con disgusto feminista, no los generalizan por medio de mula como hacemos aquí, sino con el masculino mulo. Reciben además muchos otros nombres, como mohíno, candonga, quinceno, acémila o cuarta, y desde antaño gozan de diversas famas sustentadas, ora en la terquedad, ora en la fortaleza y dedicación al trabajo, a veces vinculados a la lascivia y otras a la ignorancia. Del aforismo latino asinus, asinum fricat, que viene a querer decir algo como “los asnos se friegan entre sí”, se derivan malévolas alusiones a ciertos consorcios humanos. Tema que no íbamos a tratar.

Entre los antiguos era creencia común que, dadas ciertas circunstancias y alguna intervención divina, los humanos se convertían en animales, y viceversa. Apuleyo hizo asno al protagonista de su sátira, por el cual una señorita se apasionó y al que abandonó tan pronto como él retornó a su condición y forma humanas, desilusión cuya causa el autor no explica convincentemente. E Iriarte dio en la nota en su fábula “El burro flautista”, para los que aciertan en algo, alguna vez, por casualidad. Aunque de esto no vamos a hablar, desde luego.

Era asimismo asno, mula o burdégano enjaezado con angaripolas el que en las lupercales romanas transportaba al gordo borracho que representaba al dios Baco, antepasado de nuestro “rey Momo”. Y es casi innecesario mencionar al que sirvió a Jesús para su ingreso triunfal a las festividades pascuales de Jerusalén, en aquel fatídico año 33, tanto como lo sería luego el año electoral 2003; pero esto no se tocaría hoy.

No logro dar cuenta histórica de cuándo burros y burras –que es el modo políticamente correcto de referirse a ellos actualmente– llegaron al Paraguay (sabemos que borrica dio origen a mburicá). En la nómina de los hermanos Goes, que trajeron el primer ganado, aquellos y aquellas no figuraban. El documento más antiguo, el testamento de Irala, consigna 12 vacunos, 13 equinos, 26 porcinos y 60 caprinos. Es decir, a dos décadas de fundado el Paraguay todavía no había asnos aquí. ¿Cómo proliferaron sus generaciones con tanta copia? No lo digamos.

Lambaré fue el barrio asunceno donde mayor cantidad de recuas llegó a criarse. Se los empleaba en toda clase de laboreos, pero principalmente como cabalgaduras (muladuras, debiera decirse). Las burreritas de Lambaré montaban aquellas tristes acémilas sin el donaire con que lo hizo Isabel Sarli en la película “La Burrerita de Ypacaraí”, pero aun así merecieron su monumento. Tal vez la Sarli merezca al menos un busto.

Hasta hace poco, el bonete de “burro” denigraba a los niños inaplicados en la escuela, y a muchos más se les atribuye esa condición, sin que, por supuesto, tal cosa merme sus remuneraciones. Que no es nuestro asunto, desde luego. ¡Ah! En cuanto al título de este artículo, no es un nuevo insulto para la campaña electoral. En latín significa solamente “tu madre está pelando manzanas”. Me lo contó un sacerdote amigo mío, de los de antes, de aquellos que sabían latín.

glaterza@abc.com.py
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