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Es así. Cuando pregunté a gente vinculada con las entidades que elaboran esos rankings, si ellos realmente creían que, entre todos los sinvergüenzas y haraganes que abundan en el mundo, los paraguayos éramos más corruptos y menos competitivos que la mayoría en el planeta, encontré una llamativa coincidencia en sus respuestas: “Esa calificación no surge de lo que nosotros pensamos; sino de lo que ustedes, los propios paraguayos, piensan de ustedes mismos”.
Eso me movió a indagar más sobre la metodología utilizada para elaborar esos rankings. Me explicaron que el factor que más incide en estas calificaciones es el resultado de las mediciones de la percepción de la población local. Es sencillo: vienen a Paraguay, y preguntan a personas de distintos sectores de la sociedad cuál es su percepción acerca de estos temas. Nuestras respuestas determinan la calificación que nos van a dar. Obviamente, si nosotros en coro les convencemos de lo haraganes, corruptos y malnacidos que somos todos, no podemos esperar que nos feliciten.
No pretendo que recurramos a la mentira para disimular los escandalosos casos de corrupción que nos sorprenden cada día, o la inocultable realidad de que ALGUNOS de nuestros compatriotas son más aficionados al ocio que al trabajo; vicios ambos que sin dudar debemos combatirlos con toda energía. Pero asumamos que estos no son problemas que se manifiestan solamente en el Paraguay, o que adquieren dimensiones desmesuradas solamente en nuestro país en comparación con los demás, como para que merezcamos la crucifixión, en un contexto de países que tienen más y peores problemas de corrupción y de otro tipo que los que tenemos nosotros. Como en todos los países, y en todo el mundo, aquí también tenemos algunos haraganes, corruptos, atorrantes y malnacidos; pero son algunos; no todos; ni siquiera la mayoría.
¿Por qué afirmo esto con tanta seguridad? Porque sería imposible que el Paraguay pueda resistir a tantos sinvergüenzas juntos. No podríamos seguir existiendo, y menos aún estar como estamos, a flote y en crecimiento en medio de una feroz crisis subregional, si absolutamente todos los funcionarios públicos fueran corruptos; si todos los empresarios fueran evasores de impuestos; si todos los periodistas fueran unos vendidos; si todos los asalariados fueran planilleros y haraganes; si todos los estudiantes fueran compranotas, etc., etc. Indudablemente este país está sostenido por una mayoría de su población que vive, sueña, trabaja y produce con honestidad.
Entonces, no entiendo por qué somos tan injustamente duros con nosotros mismos, y por qué amplificamos y generalizamos con tanta irresponsabilidad, cuando hablamos de situaciones que ocurren todos los días, en todos los países, y con mucha mayor magnitud que entre nosotros.
Mientras muchos inversionistas que trabajan aquí, que conocen bien el Paraguay y a los paraguayos, hablan maravillas de nuestro país, de la mano de obra paraguaya, de la tenacidad guaraní, de lo rápido que aprendemos, y de lo productivos que somos cuando el ambiente nos exige, nosotros insistimos en autodevaluarnos ante la comunidad mundial. Mientras muchos diplomáticos y representantes de organismos internacionales que trabajaron aquí, optaron por dejar sus países de origen para radicarse en nuestro Paraguay, los nativos de esta tierra esperamos con ansias que nos llegue el turno de responder a las encuestas, para explayarnos con una temeridad increíble, acerca de lo atorrantes y sinvergüenzas que supuestamente somos todos.
Comienzo a pensar que en estas encuestas nos iría mucho mejor, si los extranjeros respondieran por nosotros. Entonces, la próxima vez que nos pregunten, pensemos antes de contestar. No podemos pretender que el mundo tenga un buen concepto de los paraguayos si nosotros mismos –simplemente por masoquistas– nos declaramos una especie de lacra de la sociedad global.
* Miembro del Equipo Nacional de Estrategia País (ENEP)
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