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Lo que, en el después de las ofensas, siempre llega es el cariño que posibilite la victoria en cada elección general. Es eso lo que, tras cada elección interna en este país, se vive tras la muerte eleccionaria de uno de los candidatos. Y es como si “yo no dije lo que dije” y algo especial que los políticos partidarios nos quieren hacer tragar como un sabroso bolo que de alimenticio nada tiene como la bolaterápica frase de: “en política todo vale.”
Lo que también se viene, una vez más, es la esperanza de un nuevo Presidente del Paraguay. Y como la esperanza no es susceptible al moho, esperaremos nuevamente que el lustro de un nuevo gobierno no se convierta en otra ilusión más.
El Paraguay continúa desde hace décadas en su condición de país putrefacto y con tendencia a empeorar para mejorar y subir a los puestos de vanguardia en materia de corrupción. Hay que ponderar a los gobiernos de algunos países africanos, a Haití y a Venezuela por estar un poco más adelantados como naciones podridas.
El Paraguay tiene todo para convertirse en un país que ya no circule en vías de desarrollo –ficticia y macanuda manera de disfrazar la realidad que tienen las naciones pordioseras– por su agua, clima, sol, energía, con producción agrícola, granelera, su ganadería, su renovada explotación forestal, mucha juventud y un pueblo campesino todavía sano y con ganas de trabajar sin subsidios ni regalías pero ávido del impulso y la capacitación.
Entiendo que en este caso una comparación no será detestable, pero el paralelismo y el cotejo entre el Paraguay y Singapur vienen muy a tiempo antes de iniciarse un nuevo gobierno. El modelo implantado en Singapur es uno de los más llamativos del mundo ya que se trata de una nación asiática que estaba horriblemente asediada por la corrupción, el narcotráfico, excesiva criminalidad, total inseguridad, abusos y homicidios hogareños, gran tráfico de influencias, enorme desorden vial, violaciones, terrorismo, secuestros, ciudades sucias, justicia podrida, contrabando, policía coimera y otras “delicadezas” mixturadas con una fina impunidad. Así fue Singapur hasta el año 2004.
Esta nación es hoy una de las más seguras y desarrolladas del Asia. Tiene apenas 193 kilómetros cuadrados de superficie con 63 islas y casi 6 millones de habitantes. Procesa petróleo, el caucho, excelente industrialización textil, fuerte en producción electrónica y petroquímica y alta inversión en educación, agricultura y salud. Lee Hsien Loong al llegar al poder en el 2004 transformó su país con enormes cambios. Encontró todo el desorden y las cárceles abarrotadas con medio millón de detenidos y solo quedaron 50 en 6 meses después. El trabajo forzado para los narcos, violadores y criminales fue la orden y los que repetían las faltas eran condenados a muerte junto a los policías, milicos y figuras políticas que abusaban del poder y con pruebas fehacientes de sus faltas.
En Singapur se depuraron el sistema judicial, parlamentario y policial y una nueva legislación que se cumple posibilitó contar con leyes estabilizadoras sin drogas, sin corrupción, sin fiscal enriquecido y sin fecha de vencimiento, sin audio a fiscales, jueces, senadores y políticos portadores de influencias y de cheques al portador.
Su Universidad Nacional es una de las mejores del Asia y no necesita del no te calles, famosas empresas extranjeras funcionan ahí por la seguridad y buena producción. El país está limpio y con gran riqueza porque todos los delincuentes fueron llevados a la horca en la cárcel de Changi, los viernes al amanecer.
Acá, todos los viernes se les dice a los corruptos: que tenga un feliz fin de semana...
caio.scavone@abc.com.py