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Fuera de los indios que habitan nuestro suelo, todos los paraguayos provenimos de ancestros inmigrantes al Paraguay. Fueron pocos en comparación a los que, desde la conquista, quedaron retenidos en el Brasil y la Argentina que oficiaron de filtros con que dieron inicio a una geopolítica adversa a los intereses del Paraguay. No obstante, nuestros abuelos y bisabuelos fueron hermanos o primos hermanos de aquellos alemanes, italianos, españoles, polacos, ucranianos que hoy son o fueron los abuelos y bisabuelos de los brasileros y argentinos que llegan al Paraguay.
No tenemos la culpa de la xenofobia contra el paraguayo que inspiró a Pedro II, o a Bartolomé Mitre para odiar al Paraguay como lo odiaron para llegar a entre ellos a un pacto de exterminio que no cesó hasta matar al penúltimo de los paraguayos.
Hoy, tenemos el caso de Frutika de la familia alemana Kress, un joven matrimonio que llegó al Paraguay sin más medios que la voluntad de trabajar sin descanso, y el caso del señor Favero, cuyo pecado consiste en que los sucesivos gobiernos del Paraguay dejaban dormir la tierra roja sin laborarla, y no le pusieron tope al empuje con que arrasó los bosques para convertirlos en fértiles cultivos que le hicieron rico.
Mal que les pese a los Camacho, Ledesma, nietos o bisnietos de inmigrantes o quienquiera que hoy pretende exhibir sus patrióticos escrúpulos para fundar la poderosa industria del odio para cohonestar la persecución no explícita de las invasiones campesinas, modelos de democracia "participativa e inclusiva" con que de hecho ahuyentan o intentan ahuyentar a los Kress, a los Favero, a los Fritzen, a los Hedel que son primos hermanos o parientes al menos de nuestros ancestros que tuvieron la genial idea de permanecer en el Paraguay, y tuvieron que morir o aguantar la masacre de los Pedro II y de los Mitre, como lo hicieron nuestras "residentas" que son nuestras abuelas. ¡Valga mi homenaje, mi recuerdo y mi llanto al evocar a Juanita Vera y Aragón de De Gásperi, vagabunda de los bosques de Valenzuela, cuando niña aún hubo de auxiliar a los jóvenes soldados que murieron en Acosta Ñú!
Estamos a punto los paraguayos de cometer el pecado del odio al inmigrante que ama nuestra Patria.
No imitemos la barbarie de Cristina Kirchner o Lula o Rousseff, cuyos países crecen en buena medida gracias a la succión indebida de nuestra sangre. Ellos pueden ser la sexta, o aún la primera potencia del orbe, pero no nos alcanzan sus dogmas gracias a unos paraguayos soñadores, hijos y nietos de inmigrantes como los Yegros, los Iturbe, los Caballero, los López, los Francia quienes con sus aciertos y errores forjaron lo que tenemos, una nación que debe ser hospitalaria como lo fue siempre.
Si hay un millón o dos millones de paraguayos desposeídos, pobres, no es culpa de los inmigrantes, sino de aquellos que se odiaron en el abrazo del exterminio desde su condición de líderes responsables, gobernantes de turno de los países ocasionalmente maldecidos hasta el extremo de la guerra entre hermanos. Desde entonces los paraguayos no hemos podido recuperar nuestra antigua bienandanza, pero aún somos capaces de trabajar y construir como pretenden los inmigrantes que hoy llegan a acompañar nuestro destino.
No tenemos la culpa de la xenofobia contra el paraguayo que inspiró a Pedro II, o a Bartolomé Mitre para odiar al Paraguay como lo odiaron para llegar a entre ellos a un pacto de exterminio que no cesó hasta matar al penúltimo de los paraguayos.
Hoy, tenemos el caso de Frutika de la familia alemana Kress, un joven matrimonio que llegó al Paraguay sin más medios que la voluntad de trabajar sin descanso, y el caso del señor Favero, cuyo pecado consiste en que los sucesivos gobiernos del Paraguay dejaban dormir la tierra roja sin laborarla, y no le pusieron tope al empuje con que arrasó los bosques para convertirlos en fértiles cultivos que le hicieron rico.
Mal que les pese a los Camacho, Ledesma, nietos o bisnietos de inmigrantes o quienquiera que hoy pretende exhibir sus patrióticos escrúpulos para fundar la poderosa industria del odio para cohonestar la persecución no explícita de las invasiones campesinas, modelos de democracia "participativa e inclusiva" con que de hecho ahuyentan o intentan ahuyentar a los Kress, a los Favero, a los Fritzen, a los Hedel que son primos hermanos o parientes al menos de nuestros ancestros que tuvieron la genial idea de permanecer en el Paraguay, y tuvieron que morir o aguantar la masacre de los Pedro II y de los Mitre, como lo hicieron nuestras "residentas" que son nuestras abuelas. ¡Valga mi homenaje, mi recuerdo y mi llanto al evocar a Juanita Vera y Aragón de De Gásperi, vagabunda de los bosques de Valenzuela, cuando niña aún hubo de auxiliar a los jóvenes soldados que murieron en Acosta Ñú!
Estamos a punto los paraguayos de cometer el pecado del odio al inmigrante que ama nuestra Patria.
No imitemos la barbarie de Cristina Kirchner o Lula o Rousseff, cuyos países crecen en buena medida gracias a la succión indebida de nuestra sangre. Ellos pueden ser la sexta, o aún la primera potencia del orbe, pero no nos alcanzan sus dogmas gracias a unos paraguayos soñadores, hijos y nietos de inmigrantes como los Yegros, los Iturbe, los Caballero, los López, los Francia quienes con sus aciertos y errores forjaron lo que tenemos, una nación que debe ser hospitalaria como lo fue siempre.
Si hay un millón o dos millones de paraguayos desposeídos, pobres, no es culpa de los inmigrantes, sino de aquellos que se odiaron en el abrazo del exterminio desde su condición de líderes responsables, gobernantes de turno de los países ocasionalmente maldecidos hasta el extremo de la guerra entre hermanos. Desde entonces los paraguayos no hemos podido recuperar nuestra antigua bienandanza, pero aún somos capaces de trabajar y construir como pretenden los inmigrantes que hoy llegan a acompañar nuestro destino.