Los discursos de Hitler

Por motivos de una investigación, en las últimas semanas estuve leyendo los discursos de Hitler; por lo menos, los más importantes. Uno de los primeros puntos que me llamó la atención fue que la descripción que hace de la Alemania de aquel entonces (la década del 20) es muy semejante a lo que podría decirse del Paraguay en la actualidad.

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Las condiciones de miseria, desocupación, corrupción, desgobierno y crisis económica, de las que se aprovechó tan hábilmente Hitler, son sorprendentemente parecidas a las nuestras.

Habría que exceptuar, entre esos puntos, el famoso Tratado de Versalles por el cual los gobiernos aliados en la Guerra del 14 sometieron a una dura humillación al pueblo alemán, el tema de los judíos que figura en todos los discursos y la gigantesca crisis económica que vivió Alemania en 1923 durante la cual se pagaban los sueldos dos veces por día (porque el de la mañana no alcanzaba ya para la tarde) y los billetes se imprimían por una sola cara pues no había tiempo para imprimir los dos lados.

Nuestra crisis económica no llegó a tales extremos, no existe un odio declarado hacia ningún grupo humano determinado (de todas maneras, no es difícil crearlo) ni existe ningún tratado internacional que nos humille de manera muy evidente. Pero sí están los otros puntos que son los esenciales en este tipo de problemas. No hay que olvidar que el odio a los judíos alentado por Hitler fue como una manera de encontrar un chivo expiatorio que simbolizara gran parte de las frustraciones de los alemanes. ¡Y qué éxito tuvo en ello!

Lo que debe preocuparnos, sin embargo, es que en este momento compartimos con alguna que otra diferencia las mismas frustraciones y que el pueblo está preparado como tierra fértil, para recibir aquel discurso político que le prometa terminar con unos pocos puntos que son los que nos exasperan a todos: la pobreza, la falta de empleo, la inseguridad en las calles y la corrupción más descarada que permite a una clase determinada, empotrada en la administración pública, robar de manera escandalosa y, para colmo de males, impunemente.

Es cierto que todos estamos clamando por una reorganización del país, por un fortalecimiento de nuestras instituciones, por el saneamiento de un Poder Judicial carcomido por la corrupción y el enjuiciamiento de quienes han robado nuestros impuestos a través de diferentes oficinas estatales o bien se han quedado con nuestros ahorros a través de los famosos bancos vaciados de manera vergonzosa.

Pero también es cierto que llegó el momento de estar más alertas que nunca de modo que los famosos procesos de limpieza no terminen arrastrando nuestras libertades y nuestras endebles instituciones democráticas que se han conquistado a costa de mucha sangre, no sólo la de aquellos que cayeron en la madrugada del 3 de febrero de 1989, sino a todo lo largo de la cruel tiranía fascista que se instaló en el país en 1947.

Podemos ayudar en esta nueva lucha, en esta nueva fundación de la república, pero atentos, con los ojos abiertos, alertas siempre, porque cada día, cada hora, está en juego la posibilidad de vivir libres o atados con las viejas cadenas.
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