Los conocemos tanto

Vimos pasar tantos acontecimientos, sucesos y procesos en medio siglo de vida (46 de los 50 de ABC en mi caso), que nos convierten en espectadores privilegiados de ellos, pero lamentablemente también fuimos testigos de tantos vicios repetitivos de las élites social, económica política y cultural que con sus actitudes mezquinas privaron al país de vivir tiempos mejores.

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Los vimos pasar a través del tiempo, uno a uno, muchos de ellos inclusive peregrinar hasta la redacción con sus denuncias, sus ansiedades y sueños, pero la mayoría de ellos dejaron sus principios por el camino para integrar el ejército de charlatanes, vividores, especuladores, demagogos cuando no abusivos, manipuladores e inescrupulosos. 

Los vimos en dictadura, los vemos en democracia; los vimos pobres, los vemos ricos; los vimos idealistas, los vemos autoritarios; los vimos honestos, los vemos corruptos; los vimos combatientes, los vemos impunes; los vinos delicados y escrupulosos, los vemos en titulares de escándalos y en expedientes judiciales. 

Pero casi nunca los vemos entre rejas.

Algunos de los que hoy enarbolan banderas de libertad, democracia y justicia social, eran ayer los verdugos del pueblo. Ellos otra vez, o sus hijos, o nietos; los herederos de un sistema que se resiste a terminar para dar paso a la democracia abierta y participativa, con oportunidades para todos aquellos que sienten en su interior la necesidad de servir a los demás desde la función pública, sin lealtad a personas, grupos o colores partidarios.

En todo este tiempo también hemos visto, nacer, crecer, palidecer y morir muchas cosas hermosas. De todas ellas lo más doloroso es la muerte de la vergüenza, la decencia y la ética en la conducta pública. 

Y lo peor es que nadie asistió a su entierro, más por complicidad que por desidia ciudadana. 

Parecería ser que de la sociedad se adueñó el principio perverso del ñandekuete, por un lado, y del orehaitéma, por el otro, tal como lo pregonaron abierta e impunemente algunos caudillos de turno. 

La actitud comprensible, hasta cierto punto, de una sociedad temerosa y obligada a soportar un régimen de opresión fue sustituida en tiempos de libertad y democracia por una actitud sumisa y permisiva, que aún no comprendió, a pesar de haber transcurrido 28 años, que su rol es una racional acción permanente de control e incidencia antes que reacción esporádica de mal humor.

No obstante reconforta recordar los episodios memorables de lucha cuerpo a cuerpo de una ciudadanía, que a pesar del ambiente de terror impuesto por un régimen militar y policial supo sembrar semillas de coraje cívico, de responsabilidad y pudor que hoy brotan lenta y tímidamente en una población joven, libre y más atenta y activa.

Si no fuera porque mucho del infortunio “que se enamoró del Paraguay” es por la inconducta de su clase dirigente y la conducta ciudadana, no me hubiera preocupado del futuro. Mientras el diario joven siga teniendo fe en la patria, habrá una antorcha que simbolice la lucha por mejores días de sus habitantes. Será necesario que así sea por mucho tiempo aún.

ebritez@abc.com.py

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