Liberales: entre el poder y los cargos

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Desde la caída de la dictadura, los liberales viven un dilema que lentamente va corroyendo los cimientos de su centenario partido: conquistar el poder o acceder a los cargos. Así, en el 89, en vez de esperar nuevas reglas para competir por el poder se precipitaron a una votación con el mismo código electoral stronista y que les llevó a una segura derrota. Por lo tanto, su candidato y líder en la resistencia, Domingo Laíno, ya llegó desmoralizado a 1993. Ese año sumó otra derrota y, para peor, en ese periodo pactó con el Partido Colorado nada menos que la repartija de cupos para la Corte Suprema de Justicia. Desde entonces, dos de los nueve ministros son liberales. Producto de aquel negociado en adelante muchos liberales fueron designados jueces y fiscales. El perjuicio causado a la ciudadanía es incalculable.

En el 98, mucho más desgastado, Laíno se presentó aliado con Carlos Filizzola. La lista 1, a pesar del odio entre sus candidatos, arrasó con más del 50 por ciento. La convulsión colorada no tardó en llegar a su máxima ebullición terminando con la muerte de uno de los líderes, Luis María Argaña. Parecía una oportunidad para que los liberales exijan una nueva elección, por lo menos para mejorar el número de parlamentarios. Nada de eso. Tragaron el anzuelo de sus primos, los colorados, que siempre tienen al Estado como botín y participaron de un "gobierno de unidad". Avalar a un gobierno no legítimo a cambio de tres o cuatro ministerios resultó el peor papel en la reciente historia del PLRA.   

Pero como esos años eran tan inestables, otra vez los liberales tuvieron otra oportunidad. Se desprendieron de la mano de los argañistas y se agarraron de los oviedistas. Con estos ganaron la vicepresidencia en el 2000. Julio César Franco se ubicó en la línea de sucesión de un presidente ilegal, pero el partido no se animó a reclamar la primera magistratura. Yoyito pasó desapercibido sin más logros que algunos puestos para parientes y correligionarios. 

Carcomido por su interna para el 2008, el PLRA ya no se preparó para postular candidato presidencial. Se acopló al proyecto que encabezaba Fernando Lugo. Con la victoria parecía que los liberales llegaban al poder después de seis décadas. A pesar de tener el aval de 100 años de historia se entregaron a la embriaguez del triunfo y en vez de ejercer el poder diseñando políticas económica, educativa, agraria, etc., cada movimiento interno negoció por su lado ministerios, entes binacionales, direcciones… Se quedaron con los cargos que se les dio y el poder quedó en manos del Presidente y su grupo minoritario.   

Ahora, los liberales de nuevo se encuentran en la encrucijada de seguir autoengañándose pensando que el poder se ejerce a través de los cargos, o demostrar que algo les queda de estadistas como Eligio Ayala y luchar por la conquista del gobierno. Podrían, tal vez, repasar algunas teorías y recordar que el verdadero poder consiste en convencer a los demás del ideario del partido o del de uno mismo. Ese cambio de actitud es necesario, si no, seguirán siendo comensales y otros los anfitriones.
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