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Nos enseña la gramática española que el tiempo verbal más común, al primero que debemos echar mano, es el modo indicativo, en pasado, presente y futuro simples. Sin embargo, nuestras secretarias y telefonistas (estas y estos, porque en este vagón viajan todos y todas), están decididas a modificar esta regla. Por de pronto, abandonaron el empleo de la forma verbal del presente de indicativo, reemplazándolo por el presente condicional. Lo que resulta es, por supuesto, escalofriante.
“¿Cuál sería su nombre, señor?”, me inquiere alguien por teléfono. “Yo le estaría volviendo a llamar mañana”, me anuncia. “Cuánto retiraría”, me espeta una cajera. -“El jueves irían a entregarle su compra”- Me anunció otra amable telefonista. -Pero, ¿cómo? ¿Van a venir o no? Necesito estar seguro-, le dije, desconcertado. - “Si Señor. Mañana estarían allí, con seguridad”. Este “con seguridad estarían” le hace a uno remover las raíces más profundas de la sintaxis…, y machacarlas para el tereré.
Sabía que alguna vez la paciencia se agotaría. “¿Pagaría en efectivo o en tarjeta?”, me pregunta otra. “Sí; si la hube, hubiera o hubiese traído y/o tendría la tarjeta conmigo”, le respondí. El silencio de mi interlocutora fue elocuente. “Qué desastre hablaría este señor”, habrá pensado. Lo bueno de usar así de mal el español es que, en este país, uno se siente muy acompañado.
Dicho esto, sin soslayar otras maneras locales, ya clásicas, de violentar los modos y tiempos verbales, como los famosos “El lunes próximo estoy viajando a Encarnación” o, “el jueves te hablo y combinamos”. Muchos intentan encontrar alguna explicación psicológica para estos presentes ausentes y estos futuros presentes, pero no la encuentran. Sostengo una hipótesis, aunque aún sujeta a verificación: los paraguayos no estudiamos gramática y, por consiguiente, no respetamos sus reglas, con la misma actitud que asumimos respecto a otras normas, como el reglamento de tránsito; nunca lo leímos pero eso no nos impide conducir. En ambos casos, estimamos que lo que nos parece o agrada está primero y puede prescindir de las reglas.
Así es cómo, para hablar y escribir, empleamos modalidades que nos suenan elegantes, aunque sean erróneas; tal, por ejemplo, creer que el tiempo pasado simple y el compuesto son sinónimos y que se puede emplearlos indistintamente. Así, en vez de “dijo”, aparece el “ha dicho”; en vez de “hablamos”, que va en camisa, aparece, de galera, jaquet y bastón, el “hemos hablado”. ¡Venga! ¡Como en España!
Para el problema de la diarrea de mayúsculas que arrojamos en los escritos, especialmente los de tipo burocrático (leyes, escritos forenses, notas oficiales), dispongo de otra teoría: nuestra vieja, rancia y bien afirmada mentalidad autoritaria, abrigo de nuestra cuna cultural, nos impele a escribir con mayúscula todo lo que nos inspira respeto o temor. Así es que “ley”, “código”, “presidente”, “director”, etc., escribimos con la cortés pero errónea mayúscula inicial. El Dr. Francia destituyó a un cabildante porque se le dirigió llamándolo “Jefe”, cuando debía expresarse con el trato obligatorio de “Supremo Dictador”. He aquí, funcionando a pleno, la fórmula Montaigne.
Nadie está exento de patinar en estas pistas, naturalmente, por eso es prudente hacerse corregir. No obstante, hay guerras ya perdidas. Lo de “recepcionar”, “direccionar”, “instruccionar”, etc., son pústulas insanables con las que, seguramente, tendremos que convivir inexorablemente. Por lo demás, si se derrama vino por su camisa y tiene que ir en la lavandería, acuérdese de que acertar con la preposición correcta es, en este país, tanto o más difícil que progresar solamente trabajando.
Ya mismo y sin dudar me despediría de Uds., aunque, en poco tiempo, con la mayor certeza, les volvería a estar escribiendo otro artículo. Les rogaría me aguarden, si desearen y/o quisieren.