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Los premios Nobel son serios (bastante), y un comité de selección vota a los ganadores por categorías preestablecidas desde hace muchos años. Es un premio en dinero, en prestigio y reconocimiento, quizás el más conocido del mundo. Pero no son otorgados a pueblos o comunidades, sino a personas u organizaciones.
Confieso que tomé como un halago, como un reconocimiento para nuestras sufridas antepasadas, las residentas y las destinadas de la guerra guasu, en gran parte responsables de nuestra existencia hoy como país.
Pero dejando de lado la caricia para el alma del papa Francisco, debemos antes que todo comprender que sus palabras no son para nosotras, sino para nuestras bisabuelas, por lo que me da un poco de vergüenza ajena el accionar de algunas personas del ámbito público.
No existe una “intención” de entrega del premio Nobel a las paraguayas. No puedo creer aún el movimiento oficial alrededor del tema. Es imposible una sugerencia papal seria, y él mismo manifestó en forma clara: “Yo desearía”. Creo que existe una gran diferencia entre deseo y pedido, y que la inteligencia del país no lo distinga, es preocupante.
Según dicen los diarios, hasta el Presidente de la República entregó una carta al Nuncio Apostólico “agradeciendo el pedido que hizo a favor de la mujer paraguaya”, en vez de limitarse a agradecer en forma hasta efusiva, si se quiere, sus dichos.
Que un funcionario público pierda una hora de tiempo en trámites oficiales para averiguaciones sobre el tema luego de un piropo que honra nuestra historia nos confirma la existencia de gallinas sin cabeza en algunas oficinas del Estado.
El tema de la admiración histórica del papa Francisco quizás se use –como siempre– para tapar y no encarar en forma seria y responsable la discriminación histórica y presente contra la mujer que persiste, y con buena salud, en todos los ámbitos de nuestra vida.