Las enseñanzas de Lucanor

SALAMANCA. Don Juan Manuel, en su libro “El conde Lucanor” (Siglo XIV) uno de sus personajes, Patronio, narra una breve historia con la intención de que su señor, el conde Lucanor, saque una enseñanza moral. Gira en torno a Saladino, el gran sultán que gobernó sobre gran parte de lo que hoy llamamos Oriente Medio, y que le dio una lección de caballerosidad a Ricardo Corazón de León, quien decidió regresar a Inglaterra. En la historia narrada, Saladino desea saber cuál es “la mejor cualidad que el hombre podría tener y la que es madre y cimiento de las demás buenas cualidades”. Saladino recorre buena parte del mundo conocido entonces consultando a los hombres más sabios que no logran ponerse de acuerdo hasta que finalmente, cuando regresaba ya a su tierra, descorazonado, se encuentra con un viejo ciego que le dice: “En cuanto a la pregunta que me habéis hecho, respondo que la mejor cualidad que puede tener el hombre, madre y cimiento de las otras virtudes, es la vergüenza, pues por vergüenza se sufre la muerte, que es lo que más se puede decir, por vergüenza deja de hacer el hombre lo que no es honesto, por más deseos que tenga de hacerlo. Así vemos que la vergüenza es principio de toda virtud y la desvergüenza de todo vicio” (“El conde Lucanor”, Don Juan Manuel, Ed. Castalia, Madrid, 1996, pp. 191, 192).

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Es sobrecogedor comprobar de qué manera, un texto escrito hace setecientos años, ¡7 siglos!, mantiene vigente todo su significado, una obra de ficción, una novela. Muchos creemos que recurriendo a la literatura se explican mejor las cosas que suceden en la realidad que nos rodea a partir de esa realidad que inventa el escritor y que a su vez a él le rodea.

Mucho se ha escrito en estas últimas semanas sobre el escándalo que se ha desatado en torno a la avidez de poder y dinero de nuestros legisladores que no han dudado un segundo en llevar a las planillas de empleados del Congreso a todos sus familiares, a sus amigas (ya que no podemos probar que son sus amantes) e incluso al personal de servicio de sus respectivos hogares. Todo lo que se ha dicho está resumido en estas pocas frases del conde Lucanor: “La vergüenza es principio de toda virtud y la desvergüenza de todo vicio”. Lo que faltaría agregar ya en tono de comentario contemporáneo es que no solo nos ofenden con su conducta, sino que además, intentando justificar lo que no se puede justificar, nos tratan como si fuéramos idiotas dándonos explicaciones que nos resultan humillantes.

La definición que ofrece el diccionario de la palabra “moral” no sirve: “Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia”. Es insuficiente, no abarca todo lo que nos gustaría que abarcara, que dijese algo de la forma en que el término se corrompe, que su putrefacción se contagia: personas de partidos políticos tradicionales que durante la represión de la dictadura se embanderaban con la honestidad y la decencia, pues ahora retozan en el mismo lodo que todos los demás.

Este año hemos sido testigo del debate que surgió a raíz de las filtraciones de Edward Snowden, pues estaban en juego secretos de Estado, maniobras de espionaje y contraespionaje, de terrorismo y antiterrorismo. Mientras tanto en nuestro país se discute la licitud de una filtración que nos permitió saber que los señores diputados le hacen figurar en planilla a su cocinera, al chofer y al jardinero. Mientras una buena madre le llevó a su “bebé” de ¡33 años! para cebar tereré. Por lo visto que la capacidad de asombro no termina nunca de colmarse. Les pedimos a los legisladores que tengan vergüenza cuando somos nosotros los que estamos ahora avergonzados de tenerlos como legisladores.

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