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Casi todas las personas con algún interés por el futuro del país y de las nuevas generaciones entienden la gravedad de que los estudiantes terminen sus estudios primarios y secundarios sin los conocimientos de ciencia y tecnología necesarios para insertarse en el mercado laboral, pero hoy quiero ocuparme de algunas consecuencias, igualmente graves, de la pobre e inadecuada formación que ofrece el sistema educativo paraguayo a nuestros jóvenes, que son sin embargo mucho menos tenidas en cuenta.
Quizás el mayor de esos problemas es la falta de dominio del idioma. Cuando leer se ha convertido, por obra y gracia de la mala enseñanza, en una tortura para los jóvenes, inevitablemente estudiar se convierte en una tarea titánica y escribir bien en privilegio de una minoría autodidacta.
Es casi un milagro que, a pesar de esa deficiente formación, estos jóvenes, tanto secundarios como universitarios, de las protestas estudiantiles del año pasado y de estas últimas semanas, nos hayan sorprendido con su facilidad de palabra, su capacidad organizativa y su sensatez.
Me objetarán que se trata de unos pocos portavoces y líderes del movimiento estudiantil, pero yo creo que se trata de una prueba contundente de que existe en la juventud de nuestro país talento natural y voluntad de aprender. Eso hace aún más graves las falencias del sistema educativo, porque mucho de ese talento y de esa voluntad de aprender se está desperdiciando, ahogado por una mala enseñanza.
Si bien es cierto que la mayoría de nuestros estudiantes suelen tener problemas muy graves cuando tienen que retener el contenido de un escrito largo o necesitan expresarse por escrito, no es poco mérito que, no una minoría, sino la mayoría de los estudiantes hayan tomado conciencia de que necesitan mejor formación y se hayan puesto en campaña para conseguirla.
Pero pasemos a una segunda consecuencia igualmente grave de la mala enseñanza: el desconocimiento de la historia. Conocer la historia del Paraguay y tener por lo menos una panorámica básica de la historia universal, evidentemente, no es una de las competencias necesarias para conseguir trabajo; pero es en cambio una necesidad para tener un arraigo en el país y, sobre todo, para ser ciudadano y actuar como miembro activo de la comunidad nacional.
Me pregunto ¿qué significa ser paraguayo para una joven víctima de la miseria educativa que padecemos, que no aprendió de la historia del país más que media docena de nombres de héroes y próceres y dos o tres batallas y todo lo demás son apenas nombres de calles? Me pregunto ¿qué significa la democracia para un estudiante secundario que durante sus estudios no adquirió una idea clara de cuándo ocurrió, qué fue y por qué se produjo la Revolución Francesa?
Pero pasemos a una tercera consecuencia no menos grave: nuestro sistema educativo no enseña a aprender por cuenta propia, sino que desconfía y considera díscolos a los alumnos que buscan sus propias fuentes de aprendizaje. No solo no incentiva ni premia, sino que desprecia la iniciativa propia, anula la curiosidad y obstruye la búsqueda de nuevo conocimiento.
En un mundo como el actual, donde el conocimiento evoluciona a gran velocidad, donde en todas las disciplinas lo que hoy parece cierto mañana resultará obsoleto; aprender a aprender es quizás lo más necesario, lo más imprescindible para las nuevas generaciones, que se verán obligadas a capacitarse, a desechar conocimiento viejos y adquirir otros nuevos durante toda su vida, sea cual fuere su área de trabajo.
Espero que los estudiantes comprendan la gravedad de estas consecuencias de la mala formación y, en verdad, creo que lo entienden y por eso están protagonizando un movimiento de protesta tan generalizado. Ellos saben muy bien que no solo no se los está formando para el trabajo; tampoco como ciudadanos ni como paraguayos ni, menos aún, como seres humanos destinados a vivir en un mundo cada vez más cambiante.
rolandoniella@abc.com.py