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Todas las ciencias, además de la filosofía, nos han ayudado a fundamentar y concretar nuestra visión. Los educadores reconocemos que durante muchos años, incluso siglos, ha sido definitiva la influencia de la física en la pedagogía. Fue radical el descubrimiento de Nicolás Copérnico (1473-1543) al comprobar que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, sino la Tierra alrededor del Sol; impacto similar desencadenó Galileus (1564-1642) y mayor influencia aún ha tenido la cosmovisión del universo y la manera de interpretar el movimiento de los cuerpos de Newton (1643-1727).
Muchos educadores siguen inspirando su paradigma y proyectos educativos en la visión de Newton, ignorando las nuevas conquistas de la física, especialmente la física de la teoría general de la relatividad de Einstein y la física cuántica que se inició con la mecánica matricial de Werner Hei senberg.
Esta columna de opinión no es el espacio más adecuado para analizar en profundidad qué aspectos de la física de Newton están cuestionados e incluso superados por la física cuántica y la de la relatividad. Pero sí es espacio para alertar y cuestionar sobre las bases en que se sigue apoyando nuestra visión de lo existente y consecuentemente los modos de educar.
Las ciencias están desafiando a la educación, al demostrar que nuestro sistema educativo y nuestro modo de educar se apoyan en unos fundamentos que han sido superados por los nuevos descubrimientos científicos.
Seguir educando como lo estamos haciendo, sustentados en visiones y teorías vencidas, es dejar a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes desubicados con respecto a lo que son nuevos conocimientos incorporados ya a la vida, las empresas y las políticas de países actualizados.
El tema es para especialistas y para los responsables de reactualizar la reforma educativa, que deben replantear la filosofía de la educación, los currículos, los programas y sus respectivas metodologías, necesarios para una educación abierta al futuro, que se nos ha echado encima.
A la luz de la cosmovisión cuántica, por ejemplo, tenemos que preguntarnos si debemos seguir aceptando una educación que ve al cosmos y el mundo como algo externo a la persona, como una realidad distante que se nos ofrece para ser manipulada y explotada, sometida al capricho del ser humano, sin tomar conciencia de que constituimos una unidad total y de que toda intervención en la naturaleza afecta a todos y a todo.
Debemos cuestionarnos cuál es la misión de la escuela en un mundo que no es estático ni está acabado, sino que se agita en constante transformación; y qué conocimientos proponer y aprender ya que la producción de nuevos conocimientos se multiplica en progresión geométrica y es imposible saber todo de todo, y ni siquiera es posible saber todo de algo.
Probablemente bastantes educadores no han comprendido aún el paradigma del constructivismo (al que todos citamos en cualquier discurso pedagógico); por eso, será más difícil y no por ello menos necesario, entrar en un nuevo proceso curricular, el de los currículos en acción, es decir, de los currículos que se autoorganizan y se van construyendo en el mismo proceso de enseñanza aprendizaje, de acuerdo al ritmo de comprensión y construcción de los alumnos. Ante los datos de las ciencias en permanente desarrollo, cada vez tiene menos sentido un currículo cerrado, cargado de asignaturas o disciplinas y con programas saturados de contenidos, que los alumnos tengan que memorizar a presión, para dar cuenta de lo aprendido en exámenes que más que evaluar, califican.
A medida que pasa el tiempo y la reforma tarde más en actualizarse, la reactualización será más difícil, porque las ciencias desafiarán más y más a la lenta y perezosa educación y la distancia entre la vida impregnada de nuevos saberes y la educación será mayor.
jmontero@conexion.com.py
Muchos educadores siguen inspirando su paradigma y proyectos educativos en la visión de Newton, ignorando las nuevas conquistas de la física, especialmente la física de la teoría general de la relatividad de Einstein y la física cuántica que se inició con la mecánica matricial de Werner Hei senberg.
Esta columna de opinión no es el espacio más adecuado para analizar en profundidad qué aspectos de la física de Newton están cuestionados e incluso superados por la física cuántica y la de la relatividad. Pero sí es espacio para alertar y cuestionar sobre las bases en que se sigue apoyando nuestra visión de lo existente y consecuentemente los modos de educar.
Las ciencias están desafiando a la educación, al demostrar que nuestro sistema educativo y nuestro modo de educar se apoyan en unos fundamentos que han sido superados por los nuevos descubrimientos científicos.
Seguir educando como lo estamos haciendo, sustentados en visiones y teorías vencidas, es dejar a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes desubicados con respecto a lo que son nuevos conocimientos incorporados ya a la vida, las empresas y las políticas de países actualizados.
El tema es para especialistas y para los responsables de reactualizar la reforma educativa, que deben replantear la filosofía de la educación, los currículos, los programas y sus respectivas metodologías, necesarios para una educación abierta al futuro, que se nos ha echado encima.
A la luz de la cosmovisión cuántica, por ejemplo, tenemos que preguntarnos si debemos seguir aceptando una educación que ve al cosmos y el mundo como algo externo a la persona, como una realidad distante que se nos ofrece para ser manipulada y explotada, sometida al capricho del ser humano, sin tomar conciencia de que constituimos una unidad total y de que toda intervención en la naturaleza afecta a todos y a todo.
Debemos cuestionarnos cuál es la misión de la escuela en un mundo que no es estático ni está acabado, sino que se agita en constante transformación; y qué conocimientos proponer y aprender ya que la producción de nuevos conocimientos se multiplica en progresión geométrica y es imposible saber todo de todo, y ni siquiera es posible saber todo de algo.
Probablemente bastantes educadores no han comprendido aún el paradigma del constructivismo (al que todos citamos en cualquier discurso pedagógico); por eso, será más difícil y no por ello menos necesario, entrar en un nuevo proceso curricular, el de los currículos en acción, es decir, de los currículos que se autoorganizan y se van construyendo en el mismo proceso de enseñanza aprendizaje, de acuerdo al ritmo de comprensión y construcción de los alumnos. Ante los datos de las ciencias en permanente desarrollo, cada vez tiene menos sentido un currículo cerrado, cargado de asignaturas o disciplinas y con programas saturados de contenidos, que los alumnos tengan que memorizar a presión, para dar cuenta de lo aprendido en exámenes que más que evaluar, califican.
A medida que pasa el tiempo y la reforma tarde más en actualizarse, la reactualización será más difícil, porque las ciencias desafiarán más y más a la lenta y perezosa educación y la distancia entre la vida impregnada de nuevos saberes y la educación será mayor.
jmontero@conexion.com.py