La violencia: parte de un todo

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La violencia en nuestro fútbol no es nueva. Y lo más grave  es que no solo no es nueva. Lo peor es que se volvió casi normal. La violencia del domingo en Luque (Sportivo Luqueño vs. Rubio Ñu), donde se tuvo que parar el partido, y en las afueras del estadio Defensores del Chaco (Olimpia vs. Libertad) no es de reciente y repentina aparición.

Hay antecedentes, esto ya pasó antes y lo peor es que volverá a pasar.

Los hechos de violencia tienen en nuestro medio su proceso natural.

En estos días van a hablar los fiscales, la policía, la dirigencia, los periodistas. Todos diremos que esto no da más, que algo hay que hacer, con suerte se hablará del tema, con seriedad, por tres días, pero pasado ese tiempo todo volverá a la normalidad.

Normalidad le llamo al hecho de convivir con la violencia casi como una sentencia que tenemos que cumplir.

Nuestra sociedad consiguió evolucionar como tal en muchos aspectos, pero no ha podido hacerlo en este. Estamos perdiendo la lucha contra la violencia por varias razones. Por falta de decisión, de voluntad política o por lo que fuera. Pero lo cierto es que la violencia del fútbol ya no es la violencia de la sociedad.

Ya no se trata de un choque de rivales que no saben convivir ni tampoco se trata de la expresión salvaje de marginados. Es un mal que ha atravesado a diferentes generaciones, con diferentes gobiernos que ejercieron la administración del Estado.

No se puede, no se quiere o no se sabe. Pero la realidad indica que el problema, en lugar de encontrar soluciones, se profundiza y se agrava. Sospecho que gran parte de nuestra dirigencia es culpable de lo mal que todo esto está.

Son ellos, los dirigentes, los que financian y apañan a estos delincuentes que se han encargado, en forma sistemática y continua, de sembrar el terror en los estadios, en convertir al entorno de un partido de fútbol en un loquero sin solución.

Son ellos, claro que hay excepciones, como en toda regla, los responsables de que se haya confundido la pasión con los extremos.

La idea de un fútbol ordenado y bien llevado, ligado a ciertas normas de respeto y organización, es vista al parecer como algo totalmente inviable.

Pero ojo que no solo la dirigencia tiene la culpa: el mismo hincha sano, el que paga sus entradas, el que va para alentar a su equipo es el mismo que aplaude a la barra cuando esta entona estribillos con  un canto a la violencia y una clara invitación a la guerra después del partido.

La gente, casi sin darse cuenta, también de alguna manera se volvió violenta. En nuestro fútbol hay una estructura que emite señales de no desear un cambio.

Se cumple el ciclo de espanto, indignación y la lamentable metabolización de la violencia entre nosotros.

Es decir llega a ser parte del fútbol mismo. Probablemente esa sea la explicación de tanta inacción en la gente que tiene que hacer algo en este país.

Precisamos de una respuesta que no sea solamente de discurso, precisamos acciones, alguien tiene que hacer algo en este tema.

A los violentos hay que hacerles saber que están al alcance de la ley.

No escuché, con la convicción que el tema amerita, a ningún dirigente hablar del tema. Erradicar la violencia, parece, no está en sus agendas.

Mientras esto siga como está debemos, lamentablemente, resignarnos a seguir conviviendo con este tipo de situaciones porque todo indica que en nuestro fútbol la violencia ya forma parte de su entorno.
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