Desde hace varios días, el Tendota se pasea a lo largo y a lo ancho de un país alborozado, munido de un dossier archisecreto que señala definitivamente al ex obispo Fernando Lugo como cómplice de una serie de delitos. Cuanto menos dos homicidios, y quién sabe qué otras hazañas, que no deben excluir el asalto a diligencias, la falsificación de libras esterlinas y el hurto de valiosas obras de arte de los principales museos de Europa.
Pero he observado que el Tendota se ha quedado corto y, como ciudadano responsable que soy, asumo la obligación de aportar algunos hechos en los que el ex monseñor tuvo directa intervención. Por tanto, el ultrasecreto dossier debe engordar con algunos kilos más. No debo dejar de indicar que el Presidente debiera amonestar severamente a sus colaboradores por no haberse percatado de estos otros resonantes episodios de la historia del crimen.
Por ejemplo, hay una foto tomada por un aficionado que permite situar a Lugo detrás de unos matorrales el 22 de noviembre de 1963. La foto lo muestra enfundado en un uniforme para-para´i en el preciso momento de disparar, con un rifle de precisión, sobre el presidente John F. Kennedy. Con ello se demuestra, de una vez y para siempre, que la supuesta autoría de Lee H. Oswald fue un burdo invento de la CIA.
Otra foto, secuestrada de un campamento de Al Qaeda en las montañas de Afganistán, lo muestra bendiciendo a los terroristas encargados de secuestrar los aviones que debían estrellarse, horas después, contra las dos torres gemelas de Nueva York. En una segunda foto, de la misma secuencia, el 11 de septiembre de 2001, se lo ve agitando un pañuelo en señal de despedida cuando los automóviles que conducían a la gavilla se iban alejando.
Extremando la pesquisa, se ha descubierto, por encima de toda duda razonable, que Lugo le prestó una sotana a John Wilkes Booth para que este pudiese huir, disfrazado, después de asesinar al presidente Abraham Lincoln, el 14 de abril de 1865, en el teatro Ford de Washington. Hasta es probable que también le haya regalado un caballo para poner tierra de por medio, pero de esto no hay certeza, por lo menos hasta ahora. No se pudo realizar la autopsia del animal, porque murió víctima de garrotillo la semana siguiente.
Pero eso no es todo. Scotland Yard acaba de enviar a la Junta de Gobierno del Partido Colorado una documentación flamante, que demuestra que fue Lugo, y no Ronald Biggs, el organizador del asalto al tren correo inglés Glasgow-Londres, el 8 de agosto de 1963. Biggs era solo un ratero de poca monta que se encargó de los aspectos operativos del asunto, que produjo un botín de más de dos millones seiscientas mil libras esterlinas. Parte de ese dinero fue destinado a la compra de honditas y bazukas para las guerrillas de San Pedro.
Este minucioso relevamiento, realizado con la ayuda de un compadre que trabaja para el FBI, no ha husmeado en las cuestiones sentimentales atribuidas al ex obispo. No son asuntos públicos. Incluso la Iglesia, cuando se encuentra ante algún bochinche de esos, generalmente se limita a trasladar al sospechoso, y aquí no ha pasado nada. Además, como todos sabemos, en el Paraguay uno no debe ocuparse de lo que la gente hace con el bajo vientre. Es asunto particular y no de los demás. Quien se pone a ventilar esas cosas por ahí es rotulado simplemente como kuña´i.
Pero he observado que el Tendota se ha quedado corto y, como ciudadano responsable que soy, asumo la obligación de aportar algunos hechos en los que el ex monseñor tuvo directa intervención. Por tanto, el ultrasecreto dossier debe engordar con algunos kilos más. No debo dejar de indicar que el Presidente debiera amonestar severamente a sus colaboradores por no haberse percatado de estos otros resonantes episodios de la historia del crimen.
Por ejemplo, hay una foto tomada por un aficionado que permite situar a Lugo detrás de unos matorrales el 22 de noviembre de 1963. La foto lo muestra enfundado en un uniforme para-para´i en el preciso momento de disparar, con un rifle de precisión, sobre el presidente John F. Kennedy. Con ello se demuestra, de una vez y para siempre, que la supuesta autoría de Lee H. Oswald fue un burdo invento de la CIA.
Otra foto, secuestrada de un campamento de Al Qaeda en las montañas de Afganistán, lo muestra bendiciendo a los terroristas encargados de secuestrar los aviones que debían estrellarse, horas después, contra las dos torres gemelas de Nueva York. En una segunda foto, de la misma secuencia, el 11 de septiembre de 2001, se lo ve agitando un pañuelo en señal de despedida cuando los automóviles que conducían a la gavilla se iban alejando.
Extremando la pesquisa, se ha descubierto, por encima de toda duda razonable, que Lugo le prestó una sotana a John Wilkes Booth para que este pudiese huir, disfrazado, después de asesinar al presidente Abraham Lincoln, el 14 de abril de 1865, en el teatro Ford de Washington. Hasta es probable que también le haya regalado un caballo para poner tierra de por medio, pero de esto no hay certeza, por lo menos hasta ahora. No se pudo realizar la autopsia del animal, porque murió víctima de garrotillo la semana siguiente.
Pero eso no es todo. Scotland Yard acaba de enviar a la Junta de Gobierno del Partido Colorado una documentación flamante, que demuestra que fue Lugo, y no Ronald Biggs, el organizador del asalto al tren correo inglés Glasgow-Londres, el 8 de agosto de 1963. Biggs era solo un ratero de poca monta que se encargó de los aspectos operativos del asunto, que produjo un botín de más de dos millones seiscientas mil libras esterlinas. Parte de ese dinero fue destinado a la compra de honditas y bazukas para las guerrillas de San Pedro.
Este minucioso relevamiento, realizado con la ayuda de un compadre que trabaja para el FBI, no ha husmeado en las cuestiones sentimentales atribuidas al ex obispo. No son asuntos públicos. Incluso la Iglesia, cuando se encuentra ante algún bochinche de esos, generalmente se limita a trasladar al sospechoso, y aquí no ha pasado nada. Además, como todos sabemos, en el Paraguay uno no debe ocuparse de lo que la gente hace con el bajo vientre. Es asunto particular y no de los demás. Quien se pone a ventilar esas cosas por ahí es rotulado simplemente como kuña´i.