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La intolerancia es el irrespeto parcial o total por la vida, libertad o propiedad del otro. Es la incapacidad de aceptar las diferencias filosóficas, religiosas, sexuales o políticas de los demás. En un amplio sentido, sería la agresión física resultante de la falta de capacidad para entender la diversidad cultural y biológica que tiene el planeta, poblado ya por 7.000 millones de humanos. La paradoja resulta cuando se aceptan plenamente las ideas y actuar de los que defienden la violencia como método para imponerse en cualquier sociedad civilizada.
Pero la intolerancia no es monopolio de los cristianos. Hoy, tal vez, hasta sea una de las corrientes teológicas menos dañinas, en comparación con el islam, que pretende hacer musulmanes a, literalmente, todo el mundo; o con el budismo, que se precia de ser la propuesta espiritual más pacífica, pero en los hechos demuestra lo contrario. Afirmar que la religión y sus feligreses no son la misma cosa es querer negar los aspectos negativos de las creencias. En los últimos días se recrudecieron los enfrentamientos entre budistas y musulmanes en Birmania. En Mandalay, la segunda ciudad más grande del país asiático, quemaron hasta una escuela musulmana, pero sin niños adentro. Desde el 2012, al menos unas 250 personas perdieron la vida en los enfrentamientos interreligiosos. Alrededor de 120.000 habitantes se vieron forzados a desplazarse por el conflicto, surgido a raíz de la violación y posterior asesinato de una mujer budista en manos de los seguidores de Mahoma. Comercios y casas particulares también fueron afectadas durante los disturbios. En el 2013, en la ciudad birmana de Meiktila unas 43 personas fueron masacradas con apaleamientos y fueron quemadas vivas, incluidos algunos pequeños de una escuela islámica.
Por su parte, en Irak se ha creado el Estado Islámico (EI), en el norte, luego de que los yihadistas se hicieron con el poder en varias provincias del país. No solamente liquidaron a cientos de iraquíes, sino también ya han destruido templos cristianos y mezquitas. Los fundamentalistas sacaron cruces de la fachada de la catedral de Mosul y en su lugar colocaron la bandera negra que caracteriza al grupo rebelde islámico. El EI, que hasta hace poco era conocido como Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), es famoso, principalmente, por su brutalidad al extremo. Ejecuta y crucifica a sus adversarios, sin clemencia alguna. Tampoco debemos olvidar al grupo terrorista islámico Boko Haram, que pretende crear un estado teocrático en Nigeria y que para ello ha masacrado, desde el 2009, a unas 12.000 personas. Actualmente, mantiene secuestradas a más de 200 niñas.
Resulta contradictorio que mientras la diversidad aumenta, el clima de violencia e intolerancia le sigan a la par en todo el globo. No hay que olvidar que el conflicto árabe-israelí, uno de los más antiguos del planeta, tiene raíces religiosas, además de étnicas y económicas. La intolerancia persiste por la fuerte propagación de los prejuicios y la persistencia de la distancia entre las decenas de confesiones. La religión sigue siendo un problema porque la ignorancia sigue firme.
equintana@abc.com.py