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Recientemente estuve sentado en un auditorio abarrotado en Viena a altas horas de la madrugada mientras los países debatían contra el reloj para alcanzar un acuerdo sobre un documento final de política en materia de drogas.
Ese documento se transmitirá al período extraordinario de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el problema mundial de las drogas que tendrá lugar en Nueva York en el mes de abril.
Con anterioridad a la reunión de Viena se celebraron otros encuentros en varias capitales internacionales en los que participaron científicos, instituciones académicas y otras organizaciones, así como la sociedad civil. El proceso general, impulsado por los países, fue abierto, transparente e inclusivo al abarcar diversas experiencias y enseñanzas.
Habida cuenta de las diferentes historias, culturas y tradiciones de los países, llegar a un acuerdo sobre un documento de esa índole nunca fue empresa fácil. Pero las Naciones Unidas siempre se han esforzado por lograr el consenso y la armonía.
Es necesario. Unos 27 millones de personas en todo el mundo dependen de las drogas que consumen, cifra que incluye a 12 millones de personas que se inyectan drogas. Los retos son igualmente arduos en todas partes.
La producción de opio en Afganistán plantea graves problemas no solo en Asia Occidental y Central, sino en todo el mundo. El potencial letal de las nuevas sustancias psicoactivas, la heroína barata que causa estragos en América del Norte o el aumento del consumo de cocaína en África Occidental y Oriental muestran que en todo el mundo son más los puntos críticos que los positivos.
A todo ello se suma la violencia generalizada asociada a las drogas ilícitas que azota a algunos países y comunidades, especialmente en Centroamérica. Los posibles vínculos entre los delincuentes, incluidos los narcotraficantes, y los terroristas también suscitan cada vez más preocupación.
El documento final, fruto de varios meses de negociaciones de alto nivel y amplias deliberaciones, es un ímprobo esfuerzo por idear soluciones a esos dramáticos problemas. Para ello se propone transformar las buenas palabras en iniciativas audaces que puedan influir positivamente en la vida de las personas.
El documento hace hincapié en que los tratados de fiscalización internacional de drogas ofrecen la flexibilidad necesaria para afrontar los retos del consumo y el abuso de las drogas.
En la práctica, esto implica estudiar posibles medidas sustitutivas del encarcelamiento para los delitos menores de posesión y garantizar el acceso a las drogas con fines médicos.
Igualmente importante es el hecho de que el documento promueve la salud, con inclusión de la lucha contra el VIH, como parte de un enfoque amplio y equilibrado que también fortalece la capacidad de las fuerzas de seguridad para hacer frente a la oferta ilícita de drogas.
No obstante, el documento alberga un propósito mucho más profundo: el reconocimiento de que nuestras políticas ayudan a las personas y las comunidades, de que debemos anteponer a las personas.
Los niños sometidos a presiones para consumir drogas, las mujeres vulnerables obligadas a transportar drogas como mulas y los agricultores empobrecidos que se dedican al cultivo ilícito y que tratan de encontrar medios de vida alternativos son los verdaderos destinatarios del documento final.
Las negociaciones en las salas de conferencias no son el fin, sino un medio. El proceso del periodo extraordinario de sesiones de la Asamblea General está estrechamente vinculado a la vida real de las personas. No perdamos este hecho de vista.
Uno de los principios clave de los tratados de fiscalización internacional de drogas es la necesidad de que la responsabilidad sea compartida. Ningún país puede resolver este problema en solitario, ningún país puede eximirse de buscar soluciones.
El documento final que se presentará en Nueva York está directamente vinculado a ese principio; es una declaración que, pese a la dificultad de complacer a todos, promueve la cooperación y las alianzas. El mundo puede beneficiarse de ese espíritu de unanimidad.
Puede que el consenso no sea perfecto, pero es la mejor manera de lograr avances contra una amenaza mundial que necesita desesperadamente de unidad de acción.
* Director Ejecutivo, Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito