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–Chi tía. Y me dabas besos mi muñecaaa”. Así la recuerda su tía Emma Franco.
El país se conmovió, asistió impávido, impotente, indignado y estuvo al lado de una familia paraguaya que vivió la peor pesadilla, conoció el terror y, no precisamente –se supone–, porque unos pendencieros, sicarios o hampones se les cruzaron.
Ana Franco, en cuyos brazos Vivian Romina Paredes Zanotti, de tres años, su nieta, recibió un balazo en la cabeza, todavía no puede creer cómo no cayó desmayada al ver ensangrentada a su princesita y a su hijo, de 30 años. No sabe de dónde le vinieron las fuerzas. Fue una fuerza sobrenatural.
Y aun así fue maltratada camino al hospital por sus verdugos. Una enfermera la sentó en su regazo impresionada con la escena.
Vivian era una niña que te vende y te compra, como todas a esa edad, como suele decirse. Pura dulzura e inteligencia. Cada mañana pedía a sus papás que la besaran y abrazaran. Le gustaba bailar y ayudar en las tareas de la cocina.
Estaba planificando ella misma el festejo del cumpleaños de su primita Valeria. Siempre fue muy activa y era la que comandaba a los demás primitos. Los domingos acompañaba a la misa de sanación a su abuela y tampoco faltaba a la misa de los niños en Guarambaré.
Al llegar a la casa de su “Tata”, la bisabuela, le pedía la bendición siempre sonriente y pedía a sus primos que no le dieran preocupaciones.
Le encantaba Pepa y su muñeca Anita. Les hacía jugar a las escondidas a todos sus tíos y primos. Tenía como uno de sus mayores sueños “tocar la nieve”. Y, de hecho, sus abuelos estaban planificando hacerlo realidad.
Pero el fin de semana pasado en un operativo irracional e inexplicable los mismos encargados de la seguridad del Estado, agentes de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), con un fiscal y orden judicial, ingresaron a la estancia en Nueva Italia donde la niña fue de paseo al cañaveral con sus abuelos.
El suceso le costó el puesto al mismo titular de la Senad, Luis Rojas, quien tampoco pudo explicar lo ocurrido. Los nueve agentes que participaron del operativo en el que se truncó la vida y sueños, no solo de Vivian, sino también la de sus padres y todos los familiares, se exponen a una elevada condena en prisión.
Toda la población de las ciudades de Guarambaré y Nueva Italia quedó pasmada y traumada. Clama justicia y pide que se acabe el terror.
Las fuerzas de seguridad del Estado y sus cabezas deben estar preparadas y capacitadas para actuar bajo las circunstancias más adversas sin que una bala se les escape. Algo falló y todavía nos deben una explicación.
Vivian es un ángel que ilumina desde el cielo como una estrella. Pero su muerte no debe quedar impune, ni debe ser en vano. Es demasiado duro el martirio como para que no deje una lección de vida a quienes gobiernan este pobre Paraguay.
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