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¿De qué filiación ideológica es Maduro? ¿De qué filiación ideológica era Hugo Chávez?
Del segundo se sabe que en sus comienzos tuvo varios referentes estelares y paradigmáticos: Bolívar, desde el más allá, Castro, Ceresole, Dieterich y por último el propio Jesucristo, con quien se identificó al afirmar que el Galileo Redentor había sido el primer comunista de la historia y él, Chávez, su más fiel compañero de ruta e insobornable intérprete en cuanto a las virtudes cardinales de la solidaridad, el amor y la bondad, y por sobre todas las cosas el servicio social hasta sangrar.
En efecto, el comandante bolivariano se sentía iluminado por una estrella en el firmamento que le instaba a asumir la responsabilidad de guiar al “pueblo elegido” hasta la tierra prometida, idílica y fascinante, que no era otra cosa que la heredad del libertador y las regiones circundantes. Era similar a la estrella de Belén que anunciaba al mundo el nacimiento del Redentor y al mismo tiempo la luz brillante que guiaba a Moisés en la noche durante el éxodo. Pero muchos también afirman que fue como la Cruz que vio Constantino en el cielo con una inscripción que decía: “Con este signo vencerás”.
Sea como fuere, lo cierto es que Chávez se sentía un iluminado, un oráculo de Delfos, un profeta para la nueva generación latinoamericana, un héroe al estilo del Cid Campeador, un prestidigitador talentoso, un campeón de la palabra y de la elocuencia, un alquimista capaz de convertir detritus en oro, un interlocutor válido para una gran masa del pueblo, de indiscutible talento demagógico, retórico y dialéctico, envuelto en gigantescas incoherencias, fantasmagóricas contradicciones y dobles discursos como el hecho de negociar farisaicamente bajo la mesa con el Imperio la venta de un millón de barriles de petróleo por día que solo Dios sabe cuánto de aquel oro negro iría a parar en la maquinaria bélica del país más poderoso de la tierra.
Como se puede ver con claridad, Chávez llevó a la máxima expresión el culto a la personalidad, que detestaba Marx, pero que idolatraba Stalin, Beria, Hitler, Himmler y Mussolini.
Chávez era Chávez y el pueblo fanatizado le toleraba cualquier delirio de grandeza, alguna que otra exótica picardía, un sinfín de cánticos procaces y chabacanos vociferados a voz en cuello, cualquier salsa mal bailada, cuantiosos exabruptos y una que otra videncia etérea, siempre que estuviese regido por el mito, el rito, el emblema, el símbolo, el amor, las palmas, las armas, las balas y las serpentinas de colores dentro de un descomunal carnaval verborrágico y pintoresco, al estilo caribeño.
Chávez estuvo más allá del bien y del mal como diría Nietzsche, por sobre el socialismo, que es ateo; del nazismo, que es satánico; del fascismo, que es idolátrico; del conservadurismo “leseferista”, que es repugnante, darwiniano, cruel, disociante y degradante.
Chávez era Chávez, la reencarnación de Bolívar, la cuarta persona de la trinidad, la quintaesencia del amor absoluto y el elegido de los dioses del parnaso celestial.
Pero Maduro es solamente Maduro, aunque pretenda clonarse con el desaparecido Comandante. Desgraciadamente, no tiene ningún talento, ni para el teatro de revistas, ni carisma, ni simpatía, ni liderazgo, ni sentido común, solamente el supuesto mérito de haber sido fiel y leal a la causa, lo que hoy se encuentra en entredicho por su desembozado oportunismo político y su genuflexión servil a las fuerzas armadas y a los círculos áulicos predominantes del momento. Eso sí, es el nuevo mecenas de la sinarquía mendicante bolivariana, el espléndido y resignado financista de las causas perdidas, el fiador sin condiciones de los quebrados pedigüeños y aprovechados, el que paga el pato de la boda y el que lava los platos rotos de las iniquidades y desafueros financieros. Para eso sirve Maduro.
El espejismo delirante de la imagen de la avecilla que le hablaba al oído, como si fuera la voz del espíritu de Chávez, produjo una gran turbación e indignación y la crítica burlesca y a la vez risueña de la comunidad internacional; y lo que es más importante, la desintegración de la unidad bolivariana, con el partido comunista en contra y la corrida de 800.000 votantes chavistas que desertaron, significando un insuperable récord de incapacidad y mediocridad política en tan poco tiempo, sin contar los fraudes electorales que fueron denunciados por la oposición y que jamás se tuvo la intención de transparentar.