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Todo ser paraguayo que desarrolla cualquier tipo de actividad le tiene como compañera casi inseparable a la impoluta e inagotable ley del vaivai. El "no hacer bien" o "como sale, sale" es el camarada que siempre nos acompaña como "asistente" al emprender una labor. La macana ocurre cuando al mismo se le presta una servicial y hasta cariñosa atención.
La manera en que la mayoría de los paraguayos encara un trabajo es sencillamente peculiar. Lo realiza como si jamás recibirá un pago por lo que hace, como si fuera el único trabajo que va a realizar para quien lo contrata y, para colmo, jamás se echa para atrás cuando de ese tipo de trabajo nada entiende.
El vaivai tiene muchas otras acepciones criollas. Las más usuales son escuchadas como: a lo Luque, omeêma ningo, a lo Chaco, ya e ya, ovaléma, péichante, omarcháma, hetareíma y ya da ya.
Con estos vocablos y modismos se califica a toda acción que humanamente hace el paraguayo, que se esfuerza extremadamente en presentar un trabajo que a él le parece y resulta excelente. Existe un gastado ejemplo que siempre tendrá vigencia con el albañil que levanta la pared inclinada que ni en Pisa pasaría desapercibida, al explicar que con el revoque se restaurará todo. El que revoca siempre se sale con que la compostura llegará con la pintura. El pintor argumenta que el arreglo de la falla lo hará el decorador y, al final, el problema se soluciona colocando un enorme mueble para tapar todo el trabajo vaivai que se implementó al levantarse la construcción. El mal trabajo que en serie ocurre trae cola, pero acaba para el operario cuando entrega su penosa faena y empieza el calvario para el dueño que paga.
El melodrama empieza para todo dueño que debe entender que la mayoría de la actividad humana paraguaya viene impregnada de desorden y falta de rigor y rociada con la ausencia de un plan y de un razonable cronograma de trabajo. La evaluación ya es un lujo.
Los gallegos suelen decir "salga lo que salga" a nuestro popular vaivai. Decir "mal que mal" es probable que venga del vaivai o, a la inversa, expresar el "mal que mal" también pudo haberse originado del glosario del vaivai. No hace falta tener los múltiples ojos de Argos para verificar su presencia en muchas actividades. Fácilmente, es comprobable que se hacen las cosas sin que el resultado interese. Al paraguayo no le hará perder ni un segundo de sueño que su trabajo resulte bombardeado con protestas y descalificaciones. Un mecánico ni se inquieta ante los tornillos y tuercas que le sobran a tu vehículo. El electricista puede entregar la vivienda sin que le interese que el próximo inquilino muera electrocutado. El vaivai lleva una extendida y omnipresente vigencia que sigue flamante y con marca registrada como carácter incanjeable de nuestra gloriosa identidad nacional que debe llevarse al grado de una ley cultural cuando se realice, alguna vez, una correcta codificación de la paraguayidad.
Muestras hay a montones. Desde la inundada sede del Congreso Nacional en la semana de su inauguración al nunca habilitado hospital que dejó a los japoneses mirando con ojos estirados por una rendija al querer ver algo de la contrapartida. El "vaivai suerterãicha" nos inculca que hagamos las cosas de mala manera; en cambio, los que progresan tienen la suerte por haber hecho lo que se debe hacer.
Hasta en la alianza que hoy nos gobierna impera el vaivai. El mundo anda chutando a los pocos dictadores que sobran, y nosotros nos fotografiamos con ellos; en el Ministerio de Salud, ni saben organizar licitaciones y convivimos con el vaivai sin saber cuándo vamos a gritar orgullosamente otro: ¡y es paraguayo !
Esta manera casi convencional de hacer las cosas vaivai en el Paraguay es otro de los rasgos culturales de hondo arraigo nacional al que tendríamos que rendirle también por lo menos un homenaje vaivai por sus 200 años de plena y arraigada presencia.
La manera en que la mayoría de los paraguayos encara un trabajo es sencillamente peculiar. Lo realiza como si jamás recibirá un pago por lo que hace, como si fuera el único trabajo que va a realizar para quien lo contrata y, para colmo, jamás se echa para atrás cuando de ese tipo de trabajo nada entiende.
El vaivai tiene muchas otras acepciones criollas. Las más usuales son escuchadas como: a lo Luque, omeêma ningo, a lo Chaco, ya e ya, ovaléma, péichante, omarcháma, hetareíma y ya da ya.
Con estos vocablos y modismos se califica a toda acción que humanamente hace el paraguayo, que se esfuerza extremadamente en presentar un trabajo que a él le parece y resulta excelente. Existe un gastado ejemplo que siempre tendrá vigencia con el albañil que levanta la pared inclinada que ni en Pisa pasaría desapercibida, al explicar que con el revoque se restaurará todo. El que revoca siempre se sale con que la compostura llegará con la pintura. El pintor argumenta que el arreglo de la falla lo hará el decorador y, al final, el problema se soluciona colocando un enorme mueble para tapar todo el trabajo vaivai que se implementó al levantarse la construcción. El mal trabajo que en serie ocurre trae cola, pero acaba para el operario cuando entrega su penosa faena y empieza el calvario para el dueño que paga.
El melodrama empieza para todo dueño que debe entender que la mayoría de la actividad humana paraguaya viene impregnada de desorden y falta de rigor y rociada con la ausencia de un plan y de un razonable cronograma de trabajo. La evaluación ya es un lujo.
Los gallegos suelen decir "salga lo que salga" a nuestro popular vaivai. Decir "mal que mal" es probable que venga del vaivai o, a la inversa, expresar el "mal que mal" también pudo haberse originado del glosario del vaivai. No hace falta tener los múltiples ojos de Argos para verificar su presencia en muchas actividades. Fácilmente, es comprobable que se hacen las cosas sin que el resultado interese. Al paraguayo no le hará perder ni un segundo de sueño que su trabajo resulte bombardeado con protestas y descalificaciones. Un mecánico ni se inquieta ante los tornillos y tuercas que le sobran a tu vehículo. El electricista puede entregar la vivienda sin que le interese que el próximo inquilino muera electrocutado. El vaivai lleva una extendida y omnipresente vigencia que sigue flamante y con marca registrada como carácter incanjeable de nuestra gloriosa identidad nacional que debe llevarse al grado de una ley cultural cuando se realice, alguna vez, una correcta codificación de la paraguayidad.
Muestras hay a montones. Desde la inundada sede del Congreso Nacional en la semana de su inauguración al nunca habilitado hospital que dejó a los japoneses mirando con ojos estirados por una rendija al querer ver algo de la contrapartida. El "vaivai suerterãicha" nos inculca que hagamos las cosas de mala manera; en cambio, los que progresan tienen la suerte por haber hecho lo que se debe hacer.
Hasta en la alianza que hoy nos gobierna impera el vaivai. El mundo anda chutando a los pocos dictadores que sobran, y nosotros nos fotografiamos con ellos; en el Ministerio de Salud, ni saben organizar licitaciones y convivimos con el vaivai sin saber cuándo vamos a gritar orgullosamente otro: ¡y es paraguayo !
Esta manera casi convencional de hacer las cosas vaivai en el Paraguay es otro de los rasgos culturales de hondo arraigo nacional al que tendríamos que rendirle también por lo menos un homenaje vaivai por sus 200 años de plena y arraigada presencia.