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Había que ser capaz de recordar todo, indicarlos en el mapa mudo, señalar fronteras, capitales y ciudades principales, con cita del sistema político, producción económica y algo de la cultura. Por eso pocos estudiantes, de los de antaño se equivocarían en describir qué se producía en Francia, qué mares rodeaban Japón, cómo era la fauna africana o la flora brasileña, en fin, en qué países hacía frío y en cuáles calor.
En general, la escuela daba importancia al aprendizaje de Geografía, salvo en los EE.UU., que no la enseñaban ni la enseñan todavía y, así, allá nadie sabe dónde queda qué pueblo o país ni cómo se llama. La globalización, pero sobre todo las guerras y el terrorismo, les forzaron a tener que enterarse de que afuera de USA se extendía un mundo vasto y variado. Sus políticos realizan meritorios esfuerzos para aprender información geográfica básica, pero como loro viejo no aprende a hablar, a veces se les torna difícil.
Fue por eso que Ronald Reagan saludó al pueblo de Bolivia en un discurso pronunciado en Brasilia, y Jeff Bush, actual precandidato republicano, una vez que estaba de visita oficial en España, culminó un brindis con un: “Quiero terminar agradeciendo al presidente de la República de España su amistad con Estados Unidos”.
Bajando un poco el nivel de personajes, todo puede empeorar rápidamente. Britney Spears, por ejemplo, declaró a un entrevistador que “Nunca quise ir al Japón. Sencillamente porque no como pescado. Y sé que el pescado es muy popular en África”. En otra ocasión, estando en Nueva York, anunció que: “Tengo un montón de viajes transoceánicos pendientes, como uno a Canadá”.
Por el contrario, los paraguayos que se ganan la vida en Oriente, por ejemplo, no se equivocan ni con los nombres de las calles de Tokio, Taiwán o Kuala Lumpur. ¿Qué nos hace diferentes? Hay que suponer que la respuesta guarda relación con esas teorías “cepalistas” sobre la relaciones de dependencia (“centro-periferia”) que estuvieron de moda hace medio siglo. Nosotros miramos hacia el centro, observamos a los que están en él, aprendemos sobre ellos, los admiramos y los imitamos. Ellos no necesitan tenernos en cuenta, salvo excepciones.
A la popular modelo Kate Moss le preguntaron dónde sería su próxima presentación, y ella respondió: “No lo puedo decir todavía, pero les puedo adelantar que es un país brasileño que no queda muy lejos de aquí”. En fin, los periféricos latinoamericanos no debemos sentirnos víctimas solo por estas cosas. No hace mucho, la cantante norteamericana Christina Aguilera quiso saber “¿Dónde se celebra este año el Festival de Cannes?”. Y Cannes no está en la periferia.
Extrañamente, es la violencia brutal, esta que parece ganar fuerza todos los días y multiplicar sus garras para destrozar mejor al mundo, la que hoy nos obliga a aprender Geografía. Ya no solo la asignatura terrorífica sino la geografía del terror. ¿Quién sabía qué corno eran Daguestán y los chechenos antes de las matanzas de niños rehenes, en 1996 y 1999? ¿Quién ubicaba a Kosovo en el mapa antes de las masacres de la “limpieza étnica”, en esos mismos años? ¿Cuántos sabían de la existencia de un país llamado Ruanda antes de que la tribu de los hutu exterminara al 75% de sus rivales tutsis? Unas 800.000 personas fueron asesinadas, violadas las mujeres que sobrevivieron y, como guinda, la mayoría de los 5.000 niños que produjeron esas violaciones también fueron eliminados. Entonces, todos nos preguntamos angustiados: ¿Dónde mierda queda Ruanda?
Ahora estamos estudiando la orografía, la hidrografía, la economía y la política de Siria, Irak y el Cercano Oriente. Con unos cuantos millones más de muertos, esclavizados, violadas y refugiados, de seguro estaremos en condiciones de dar un buen examen de Geografía de la zona.
glaterza@abc.com.py