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Hablar de la gente es bastante cómodo, porque ahí dentro estamos todos, sin señalar a nadie individualmente. Y es importante tomarle el pulso al sentir y vivir de la gente; pues de una u otra manera todos somos responsables del clima social que la gente respira.
Por ligero que sea el sondeo que hagamos de la opinión corriente, hallaremos fácilmente que hay opiniones sectoriales y hay opiniones generalizadas, que prácticamente cubren la unanimidad del ancho pueblo.
Las opiniones sectoriales son el pensar y el sentir de un sector, de un partido o de una determinada porción de la ciudad o del campo. Las opiniones generalizadas, en cambio, permean toda la sociedad y penetran fuertemente en la conciencia colectiva.
Entre todas estas líneas de pensar y de sentir, que motivan la conducta de la gente, nada hay que pueda compararse en importancia y trascendencia al pensamiento y sentimiento de moralidad con que la gente regula su conducta.
Por poco que se reflexione sobre los valores que movilizan la vida del hombre, los valores éticos que regulan todos los procesos de la conducta libre, aparecerán como los supremos valores de la existencia humana.
Es que allá arriba, en la cumbre de nuestra excelencia personal, flamea la libertad como lo más noble y digno de nuestra naturaleza. Llevar adelante la vida libre, enalteciéndola con los más auténticos valores que dicta la recta razón, es llegar a ser un hombre cabal, que sin otro calificativo, se dice hombre bueno.
El razonamiento es bien preciso y claro y no hay vuelta que darle: si el ser humano carece de libre albedrío o libertad sicológica, como dicen los materialistas y muchos psicólogos freudianos, no se puede hablar de moral ni se puede hablar de derecho, porque tanto la moral como el derecho son ordenaciones o reglas que regulan la conducta humana practicada en libertad.
Y aunque nos cueste creer, muchísima gente, incluso de cierta formación académica, niega tenazmente que el hombre posea libertad y sea dueño y señor de sus propios actos y conducta personal.
Dicen que somos subproductos de la estructura o sistema social en que vivimos; o que somos impulsados por los determinismos genéticos o psicológicos.
Sin duda alguna, este sentir generalizado del hombre de nuestro tiempo que, cautivado por el materialismo y cientificismo imperantes, ignora la libertad natural, es la mayor ceguera de nuestra sociedad actual. No hay libertad psicológica, dicen; solo hay espacios sociales en que ordenados por la ley estatal nos movemos y negociamos sin mayores colisiones.
Todo el mundo, sin embargo, se muestra muy celoso por exigir moral o conducta ética a su vecino y vociferamos contra la corrupción; y las cárceles se multiplican, hacinándose unos sobre otros los presidiarios.
Pero vamos a preguntarnos, con entera seriedad e inteligencia abierta: si cada uno se mueve no libremente, sino urgido por sus determinismos irrecusables, y si cada uno hace la vida según su propio parecer y gusto porque no hay reglas absolutas de validez general para todo tiempo, lugar y persona: ¿Qué sentido tiene apresar al ser humano por estas sinrazones y tabúes, como son la moral y el derecho?
Seamos claros y racionales de buena vez: si no hay libertad en el hombre, y si todos nos movemos maniatados por el hado, el destino, la suerte y los azares, la moral y el derecho son tabúes sociales, impuestos por la fuerza de la clase dominante, como decía Marx. O son salvaguardia de minusválidos, como decía Nietzche.
secundino@abc.com.py
Por ligero que sea el sondeo que hagamos de la opinión corriente, hallaremos fácilmente que hay opiniones sectoriales y hay opiniones generalizadas, que prácticamente cubren la unanimidad del ancho pueblo.
Las opiniones sectoriales son el pensar y el sentir de un sector, de un partido o de una determinada porción de la ciudad o del campo. Las opiniones generalizadas, en cambio, permean toda la sociedad y penetran fuertemente en la conciencia colectiva.
Entre todas estas líneas de pensar y de sentir, que motivan la conducta de la gente, nada hay que pueda compararse en importancia y trascendencia al pensamiento y sentimiento de moralidad con que la gente regula su conducta.
Por poco que se reflexione sobre los valores que movilizan la vida del hombre, los valores éticos que regulan todos los procesos de la conducta libre, aparecerán como los supremos valores de la existencia humana.
Es que allá arriba, en la cumbre de nuestra excelencia personal, flamea la libertad como lo más noble y digno de nuestra naturaleza. Llevar adelante la vida libre, enalteciéndola con los más auténticos valores que dicta la recta razón, es llegar a ser un hombre cabal, que sin otro calificativo, se dice hombre bueno.
El razonamiento es bien preciso y claro y no hay vuelta que darle: si el ser humano carece de libre albedrío o libertad sicológica, como dicen los materialistas y muchos psicólogos freudianos, no se puede hablar de moral ni se puede hablar de derecho, porque tanto la moral como el derecho son ordenaciones o reglas que regulan la conducta humana practicada en libertad.
Y aunque nos cueste creer, muchísima gente, incluso de cierta formación académica, niega tenazmente que el hombre posea libertad y sea dueño y señor de sus propios actos y conducta personal.
Dicen que somos subproductos de la estructura o sistema social en que vivimos; o que somos impulsados por los determinismos genéticos o psicológicos.
Sin duda alguna, este sentir generalizado del hombre de nuestro tiempo que, cautivado por el materialismo y cientificismo imperantes, ignora la libertad natural, es la mayor ceguera de nuestra sociedad actual. No hay libertad psicológica, dicen; solo hay espacios sociales en que ordenados por la ley estatal nos movemos y negociamos sin mayores colisiones.
Todo el mundo, sin embargo, se muestra muy celoso por exigir moral o conducta ética a su vecino y vociferamos contra la corrupción; y las cárceles se multiplican, hacinándose unos sobre otros los presidiarios.
Pero vamos a preguntarnos, con entera seriedad e inteligencia abierta: si cada uno se mueve no libremente, sino urgido por sus determinismos irrecusables, y si cada uno hace la vida según su propio parecer y gusto porque no hay reglas absolutas de validez general para todo tiempo, lugar y persona: ¿Qué sentido tiene apresar al ser humano por estas sinrazones y tabúes, como son la moral y el derecho?
Seamos claros y racionales de buena vez: si no hay libertad en el hombre, y si todos nos movemos maniatados por el hado, el destino, la suerte y los azares, la moral y el derecho son tabúes sociales, impuestos por la fuerza de la clase dominante, como decía Marx. O son salvaguardia de minusválidos, como decía Nietzche.
secundino@abc.com.py