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Ninguna filosofía está hecha para desnucar al sentido común, decía Ortega y Gasset. Significa que, antes de toda elaboración de Filosofía reflexiva, cada hombre destila en su interior principios y valores claros y espontáneos, que ordenan y conducen los pasos de la conducta libre.
¿Cómo es posible, desde luego, que todos los seres de este mundo, desde el átomo hasta las estrellas del firmamento, se movilicen y actúen según leyes naturales precisas, y solamente el hombre, la naturaleza más excelente de la creación, esté desprovisto de razones y fines acordes con su dignísima estatura? Es una contradicción bastante necia eso que solemos decir con relativa frecuencia: yo soy libre y puedo hacer de mi libertad lo que más me place.
Podemos hacer ciertamente cualquiera cosa que nos place, incluso las más locas aventuras a nuestro alcance; pero siempre será en contrapunto con el clamor de nuestra naturaleza, es decir, desnucando el sentido común.
Y de nuevo nos topetamos en este punto con el positivismo moral y el relativismo. Porque el positivismo, desde hace dos siglos, nos enseña que no hay reglas universales y absolutas; no existe el derecho natural, dice. Y cada pueblo regula su conducta pública según leyes positivas, establecidas por la misma ciudadanía o sus primates.
Si nos preguntamos cuál es el fundamento en que se apoyan estas reglas positivas, nos dirán que es el dictamen o criterio de la mayoría, que así ha establecido esas normas. Es la democracia, dicen otros, la que consagra la cantidad de las voces mayoritarias; no es precisamente el peso cualitativo de la verdad y la justicia de esas normas.
Por idéntico camino transita el relativismo, que como su propio nombre está diciendo, relativiza y condiciona las afirmaciones y juicios morales, abandonando a la pobre conciencia humana en un insuperable tembladeral de opiniones, incertidumbres y acerbas dudas.
Muchos son los psicólogos que despachan rápidamente los innumerables casos de suicidio, diciendo que tales hombres recurren a ese gesto nihilista por depresión y desahucio existencial. Pero, ¿cómo no vamos a caer en depresión y no vamos a sentirnos desahuciados de esta repugnante vida, si nada en el mundo es verdad ni mentira, y todos chapoteamos en una existencia oscura, sin verdad, sin justicia y sin esperanza?
La cosa es culturalmente mucho más grave de lo que ligeramente algunos pueden estimar. Es por eso que nuestra pobre política y nuestro sistema educativo enciclopédico, no pueden alzar el vuelo y generar la verdadera recuperación de nuestra República.
En estos últimos días, ya en vísperas de dar comienzo a las clases, las universidades hacen frondosa publicidad de la propia excelencia; y algunas anuncian como 30 ó 40 carreras en oferta.
Lo notable en este gran mercadeo de carreras es que, como siempre, la filosofía está ausente, o figura como cenicienta historia de la filosofía. Sabemos que la ética es una ciencia moral de nivel filosófico. Si no hay filosofía, ¿de qué moral o ética nos pueden hablar?
En estas condiciones, nuestra pobre libertad humana, aun queriendo hacer una conducta digna y bella, transita peligrosamente por una selva de opiniones morales controvertidas. Y nadie en este mundo quiere vivir de balde o llevar una existencia miserable, sin amores y valores luminosos.
¿Cómo es posible, desde luego, que todos los seres de este mundo, desde el átomo hasta las estrellas del firmamento, se movilicen y actúen según leyes naturales precisas, y solamente el hombre, la naturaleza más excelente de la creación, esté desprovisto de razones y fines acordes con su dignísima estatura? Es una contradicción bastante necia eso que solemos decir con relativa frecuencia: yo soy libre y puedo hacer de mi libertad lo que más me place.
Podemos hacer ciertamente cualquiera cosa que nos place, incluso las más locas aventuras a nuestro alcance; pero siempre será en contrapunto con el clamor de nuestra naturaleza, es decir, desnucando el sentido común.
Y de nuevo nos topetamos en este punto con el positivismo moral y el relativismo. Porque el positivismo, desde hace dos siglos, nos enseña que no hay reglas universales y absolutas; no existe el derecho natural, dice. Y cada pueblo regula su conducta pública según leyes positivas, establecidas por la misma ciudadanía o sus primates.
Si nos preguntamos cuál es el fundamento en que se apoyan estas reglas positivas, nos dirán que es el dictamen o criterio de la mayoría, que así ha establecido esas normas. Es la democracia, dicen otros, la que consagra la cantidad de las voces mayoritarias; no es precisamente el peso cualitativo de la verdad y la justicia de esas normas.
Por idéntico camino transita el relativismo, que como su propio nombre está diciendo, relativiza y condiciona las afirmaciones y juicios morales, abandonando a la pobre conciencia humana en un insuperable tembladeral de opiniones, incertidumbres y acerbas dudas.
Muchos son los psicólogos que despachan rápidamente los innumerables casos de suicidio, diciendo que tales hombres recurren a ese gesto nihilista por depresión y desahucio existencial. Pero, ¿cómo no vamos a caer en depresión y no vamos a sentirnos desahuciados de esta repugnante vida, si nada en el mundo es verdad ni mentira, y todos chapoteamos en una existencia oscura, sin verdad, sin justicia y sin esperanza?
La cosa es culturalmente mucho más grave de lo que ligeramente algunos pueden estimar. Es por eso que nuestra pobre política y nuestro sistema educativo enciclopédico, no pueden alzar el vuelo y generar la verdadera recuperación de nuestra República.
En estos últimos días, ya en vísperas de dar comienzo a las clases, las universidades hacen frondosa publicidad de la propia excelencia; y algunas anuncian como 30 ó 40 carreras en oferta.
Lo notable en este gran mercadeo de carreras es que, como siempre, la filosofía está ausente, o figura como cenicienta historia de la filosofía. Sabemos que la ética es una ciencia moral de nivel filosófico. Si no hay filosofía, ¿de qué moral o ética nos pueden hablar?
En estas condiciones, nuestra pobre libertad humana, aun queriendo hacer una conducta digna y bella, transita peligrosamente por una selva de opiniones morales controvertidas. Y nadie en este mundo quiere vivir de balde o llevar una existencia miserable, sin amores y valores luminosos.