Una de las razones de esta dificultad, a mi criterio, es el hecho de soslayar la falta de ética de muchos políticos y la cultura política de nuestro medio, al configurar estrategias para lograr el bienestar de la mayoría. La política es un medio de desarrollo, pero no tiene posibilidades de éxito si se ignoran siempre estos impedimentos fundamentales. Cultura, no es solo la suma de diversas actividades sino un estilo de vida, una manera de ser, aprendida desde hace bastante tiempo, y la ética se refiere a principios y obligaciones morales que el individuo debe tener para con la sociedad. La obligación moral que el político debe tener para con la sociedad es la que hemos perdido en el Paraguay.
Se complica esta situación política cuando el gran público tiene escasa reacción ante los niveles de despilfarro y corrupción de los funcionarios públicos. Es que esta cultura, adormece cívica y moralmente a nuestra sociedad; volviéndola cada vez más indulgente hacia los excesos de quienes ocupan cargos públicos o ejercen cualquier tipo de poder. Existe una actitud tolerante e indiferente hacia la corrupción como si fuera un fenómeno natural. Pero verificar la putrefacción del sistema no significa que debemos resignarnos y pensar que nuestra sociedad es y seguirá siendo así, de manera fatalista, porque en ese caso, ya no será solo la corrupción enraizada sino también nuestra misma actitud pesimista las que se convertirán en amenazas para la estabilidad democrática. Esta apatía y desinterés hacia la vida pública, llamada por los marxistas “alienación formal”, sucede cuando una sociedad sucumbe a esa actitud catastrófica para dar campo libre a la absurda creencia de que revolucionarios “bien intencionados” como los del EPP vendrán a poner orden y solucionar nuestras injusticias.
El sistema democrático no garantiza que la deshonestidad y la corrupción desaparezcan de nuestras relaciones humanas en el Paraguay, pero sin embargo, si nos decidimos, podemos hacer que disminuyan brutalmente. Para eso, son necesarios mecanismos correctivos, haciendo que ciertos delitos se conviertan para quienes los cometen, en un riesgo enorme que ni siquiera vale la pena cometerlos. Necesitamos cumplir y hacer cumplir la ley para castigar a quienes se valen de medios ilícitos para escalar posiciones o enriquecerse en el Paraguay. Es ahí donde la opinión pública y un poder judicial mucho más eficaz del que tenemos actualmente, se vuelven fundamentales.
La cultura nuestra sin embargo, no es la única culpable de la devaluación de la función pública en el Paraguay. Otra razón es que los individuos bien preparados se alejan de los cargos públicos debido a lo mal pagado que están. Sus efectos resultan perjudiciales para el país porque los cargos públicos mal remunerados y supernumerarios, terminan convirtiéndose en un gran incentivo para la corrupción. Es tradición en nuestro medio alejar del sector público a los ciudadanos de una mejor formación y llenarlos de incompetentes mediante la influencia política. Esta clase de empleado público, conocedor más tarde de cómo crear dificultades, es quien se convierte en pesadilla de los ciudadanos honestos que no quieren pagar coimas. Si es este el problema que el presidente Cartes quiere modificar, disminuyendo el número de empleados públicos, pero mejorando la remuneración para disminuir la corrupción, bienvenido sea. Debemos ayudarle a construir un país en donde servir al Estado es un trabajo codiciado no por ansias de poder ni para fines ilícitos, sino por el respeto hacia quienes contribuyen al progreso de la nación.
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*Médico Especialista Diplomado del Consejo Americano de Psiquiatría y Neurología