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En el comentario no se adivina si “lo más feo” era todo el Paraguay, si Asunción o solamente el aeropuerto. Al menos queda claro que la risotada que sigue al comentario indica consenso. Es posible, no obstante, que los chistosos no conocieran el Paraguay que la periodista vino a descubrir, quien, por cierto, después escribió una síntesis interesante de lo que vio, sin concesiones amables ni críticas despiadadas.
¿Es feo Paraguay? ¿Es fea Asunción? (acerca del aeropuerto mejor no pregunto). Acordemos que ver feo, lindo, o “más o menos”, algo como una ciudad o un país, suele ser subjetivo. Para juzgar incide el tiempo gastado en la visita, el clima, las vivencias y el buen funcionamiento orgánico. Alguien sostenía enfáticamente que París era horrible y desagradable. Ocurrió que allí le habían sustraído la cámara fotográfica y arruinado el paseo. Una chica juraba no haber ninguna ciudad más maravillosa que Brisbane, donde, según se supo, había hecho una conquista sentimental y nuevos amigos, pasando de maravillas.
Las diatribas y burlas acerca de un sitio suelen estar originados en rivalidades o producidos por un sentimiento de superioridad; o, simplemente, por chistosas ganas de incordiar. Mark Twain solía decir: “Me gustaría vivir en Manchester, Inglaterra. La transición entre vivir en Manchester y estar muerto sería imperceptible”. Venecia, por todos admirada, mereció esto de Truman Capote: “Venecia es como tragarse de una sola sentada una caja de bombones de licor”. Y Thoreau: “Temo que no tengo gran cosa que decir acerca de Canadá, lo único que saqué cuando estuve allí fue un resfriado”. Y una perla más, de J. Joyce: “Italia tiene dos cosas para compensar su mísera pobreza y mala administración: una vida intelectual animada y un buen clima. Irlanda es como Italia pero sin esas dos cosas”.
Los frecuentes comentarios despectivos y hasta insultantes que los antagonistas del hemisferio norte se dedican entre sí no se escuchan con frecuencia aquí abajo, donde presumimos de profesar una cierta hermandad hemisférica. No obstante, en plan confidencial y en voz baja, a veces nos damos con caños gruesos. Decía el almirante chileno José T. Merino: “Los bolivianos no son más que una metamorfosis de las llamas, que han aprendido a hablar pero no a pensar”.
Los veredictos peyorativos que algunos extranjeros nos aplican están parcialmente respaldados en hechos concretos. Por eso, si en vez de indignarnos los tomamos como ocasión para la autocrítica, tendríamos que admitir que los habitantes de Asunción y su área metropolitana hacemos lo posible para que nuestras casas estén cada vez más deslucidas y sucias, más desarregladas y menos acogedoras. Si a algún visitante le disgusta lo que ve en Asunción, ¡qué dirán de San Lorenzo o de Luque!, otrora hermosas villas y actualmente dos de los más cabales modelos de monstruosidad urbana.
También otras localidades del país están “enluqueciéndose”, o sea, destruyendo sistemáticamente su patrimonio arquitectónico, sustituyendo sus antiguas galerías por pequeños comercios chatos; sus jardines por estacionamientos; sus chalet y viviendas antiguas por “modernos” galpones de aluminio y cristal; en fin, ocultando sus hermosas fachadas tras la cartelería publicitaria.
Se sabe que hay quien encuentra la belleza en lo antiguo y quien la halla en lo actualísimo. Luego venimos los paraguayos, que no apreciamos lo uno ni alcanzamos lo otro. Nos pasemos hablando de nuestra historia, como si la valorásemos más que nadie, para luego apresurarnos en suprimir los mejores y más bellos testimonios del pasado. Porque nuestros pueblos y ciudades no nacieron contrahechos; los afeamos nosotros.
glaterza@abc.com.py