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En muchos tramos de su historia la escalinata pareciera haber sido construida para contener basuras. Tal era la desidia de las autoridades municipales y la irresponsabilidad del vecindario. De vez en vez se la devolvía a la vida para cumplir con su función original: hermosear la ciudad y albergar a los ciudadanos bajo la sombra de sus monumentos. Estos fueron levantados en recordación de la Revolución Comunera y de su caudillo más ilustre, el Dr. José de Antequera y Castro.
Bien está que el intendente Arnaldo Samaniego decidiera recuperar el emblemático sitio. En esta acción hay dos hechos destacables: la restauración de la escalinata y la recordación a Antequera. Digno homenaje al nuevo aniversario de la capital del país.
Los asuncenos todavía no expresaron suficientemente su gratitud a quien ha venido –en 1721– a ponerse al frente de la ciudad para salvarla de la codicia insaciable de los jesuitas. En esa lucha desigual cayó Antequera en poder de sus poderosos enemigos. Aun después de que lo asesinaran en Lima, Perú, el 5 de julio de 1731, su nombre era pronunciado con desprecio. Su culpa era enorme: defender al débil y procurar que ejerciera sus derechos. Pero en la lejana y olvidada Asunción los vecinos aclamaban su nombre. Cuando llegó la noticia de su asesinato hubo una expresión generalizada de dolor y enfado. Pronto se compusieron coplas para inmortalizar su nombre. La siguiente es una de ellas:
A la puerta de mi casa
Tengo una loza frontera
Con un letrero que dice:
¡Viva José de Antequera!
Cuarenta y cinco años después de su martirio, el rey Carlos III, por Cédula Real, lo declaró “recto, fiel y leal ministro”. Fue en atención a un pedido del Consejo Supremo, que encontró su condena “injusta y calumniosa”.
De algún modo, la escalinata es una expresión de gratitud al revolucionario que entregó su vida por los asuncenos. Es una obra digna, remozada, artística. Sin embargo, se alzan voces que la cuestionan. Desde luego es muy difícil, sino imposible, dar gusto a todos. Las críticas me recuerdan la famosa obra del siglo XIV, “El conde Lucanor”, del Infante Juan Manuel. En el Ejemplo II, “De lo que aconteció a un hombre bueno con su hijo”, leemos que el conde le dijo a su consejero, Patronio, que estaba muy afligido por un hecho que quería hacer, pues si lo hiciese sabía que muchas personas se lo reprocharían. Y si no lo hiciese, igualmente le criticarían. Entonces Patronio le cuenta la siguiente historia:
El hombre bueno y su hijo fueron al mercado llevándose un burro para cargarlo con las mercaderías que trajesen. Caminaban detrás de la bestia y pronto escucharon el comentario de que era ridículo de que fuesen a pie. “Entonces mandó el buen hombre a su hijo que montase en la bestia”.
Se cruzaron con un grupo de hombres que se escandalizaron porque el padre fuese a pie en vez de hacerlo el hijo. “Y entonces mandó a su hijo que se apease de la bestia y que él montaría en ella, y así lo hicieron”.
A poco de andar se encontraron con otros hombres que criticaron que el padre hacía muy mal “en ir él en la bestia y el mozo ir a pie; pues mejor podría él sufrir el trabajo, que ya era duro y acostumbrado a las fatigas, que no el hijo, que era pequeño y tierno”. Entonces el hombre bueno “mandó a su hijo que montase en la bestia para que ninguno de ellos fuese a pie”.
Tampoco fue la solución para acallar las críticas de donde el consejero del conde Lucanor le dijo que nada deje de hacer solo por temor del dicho de las personas, “pues ten por seguro que las gentes siempre hablan de las cosas según su deseo, y no miran lo que es más provechoso”.
Sin duda es provechoso para la ciudad mantener embellecida la escalinata y vivo el recuerdo del defensor de la amada Asunción.
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