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Jn 2,1-11
Era una fiesta de casamiento donde fueron invitados, además de Jesús y los apóstoles, también María. A cierta altura de la feliz celebración ella se da cuenta de que había terminado el vino y comunica a Jesús: “No tienen vino”.
No es el caso de analizar si el problema era grande o pequeño, si los invitados se quedarían decepcionados con los novios o si sabrían comprender la situación.
Hay otros temas mucho más importantes, como sea: María, con su fina sensibilidad femenina y maternal está atenta a todos los detalles de nuestra vida cotidiana y para ella es importante que las cosas salgan bien.
La Madre de Jesús es también nuestra madre y el corazón de madre siempre busca el bien de los hijos, especialmente de aquellos que pasan por circunstancias apremiantes.
Sin embargo, ella por sí sola no tenía el poder de resolver el caso y por esto le comunica a Jesús, que es nuestro único Salvador y quien verdaderamente corta la torta.
Y este es uno de los aspectos más fascinantes de la Iglesia Católica: que los unos interceden por los otros, tanto los de esta tierra, cuanto aquellos que ya disfrutan de la eterna bienaventuranza con Dios.
Delante del pedido de su madre, Jesús actúa de modo decidido y resuelve completamente la dificultad: los dos trabajan juntos.
Hoy día, seguramente nuestro principal problema no es la “falta de vino”, entendida de modo literal, pero la falta de otras cosas, como: ellos no tienen trabajo, no tienen armonía y no tienen esperanza.
No tener trabajo y un ingreso razonable es un martirio que, infelizmente, azota a muchas familias de nuestro país. Y la falta de esperanza lleva a ser kaigue, conformistas y, a veces, conduce a iniciativas trágicas.
Cuanto dolor y rencor trae la falta de armonía, cuando un miembro de la familia tiene como principal actividad agredir al otro con palabras, con gestos, y hasta con golpes.
La presencia de Jesús y María cambia todo esto, pues el Señor con su poder amoroso nos beneficia y ayuda a salir del aprieto, pero hemos de escuchar una certera indicación de la Madre: “Hagan todo lo que él les diga”.
Así que no basta pedir a Dios, es necesario poner un empeño sincero para cumplir todos sus mandamientos, de modo que nuestro esfuerzo colabore con la gracia divina.
Paz y bien