Iré a la casa de mi Padre

Lc 15,1-3.11-32.- El Evangelio nos propone un texto conocido como: “La parábola del hijo pródigo” que, sin embargo, es más adecuado calificar como: “Parábola del Padre misericordioso”.

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La parábola hace como una radiografía del corazón de Dios, mostrando lo que hay ahí dentro y cómo Él quiere nuestra sanación y nuestra prosperidad.

Los publicanos reprochaban a Jesús porque comía y bebía con los pecadores, es decir, él se acercaba a los descarriados para traerlos de vuelta al buen camino, pues el Señor no quiere la ruina del pecador, sino que se convierta y que viva. (Cf. Ez. 33)

El hijo menor, conocido como “hijo pródigo”, exigió su parte de la herencia y su padre se la dio. Después, él salió de casa, pues quería ser importante, ser famoso y conocer los placeres de este mundo. En cuanto derrochaba los bienes de su herencia, tenía supuestos amigos y muchas admiradoras, que le ofrecían gozos, pero no con afecto sincero, sino por grosero interés económico.

Situación muy actual: uno desea ser notable, brillar en la farándula de las vanidades, disfrutar de todos los deleites que el mundo ofrece y no mide las consecuencias de despilfarrar sus bienes. Asimismo, no considera la decencia de costumbres y los valores morales. Lo que consigue es rebajarse y desfigurar su imagen de criatura de Dios. Además, la inmoralidad, a la larga, siempre envía su cuenta, que suele ser elevada.

Después de malgastar todo, él se quedó en la miseria, tuvo que trabajar y fue designado para una ocupación humillante para un hebreo: cuidar de cerdos. En esta situación de infortunio, recapacitó y dijo: “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo”.

Vuelve a la casa de su padre, que lo recibe de brazos abiertos, lo perdona y le devuelve la dignidad de hijo, expresada en el hecho de ponerle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Por eso decimos: Parábola del Padre misericordioso.

“Ir a la casa de mi Padre” es un programa de vida para todo cristiano, haciendo el itinerario del hijo pródigo: reconocer que estar lejos del Padre solo trae desgracias, entender que la ostentación de la sociedad casi nada colabora para la felicidad y aprender a ser más humilde.

Concretamente, significa acercarse al Sacramento de la Confesión, especialmente en tiempo de Cuaresma, participar de la Misa todos los domingos y asumir con más ahínco los compromisos en su propia comunidad.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com

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