Incoherencias entre fe y vida

Quinientos años de evangelización de América Latina tienen como resultados logros y fracasos, acorde a la naturaleza del ser humano que normalmente apunta a tener muchas luces, pero indefectiblemente le acompañan las sombras. Como estamos en vísperas de recibir la ilustre visita del papa Francisco, nada menos que el representante de Jesucristo en la Tierra para los creyentes, tal vez sea oportuno reflexionar sobre la realidad de nuestra vida como cristianos.

Cargando...

Hace más de cinco siglos que llegaron los primeros misioneros españoles para “conquistar” espiritualmente a los latinoamericanos. La cruz y la espada introdujeron profundos cambios en los pueblos originarios del continente en un conflictivo y polémico proceso al que algunos antropólogos denomiman actos de genocidio, pero actualmente se califica como “encuentro de dos mundos”.

En la balanza, los pros y los contras, lo bueno y lo malo, tienen pesos mayores o menores según cada pueblo específico. En general, el catolicismo ha tenido efectos positivos en el respeto de los derechos humanos fundamentales, en el aliento de formas democráticas de convivencia pública y en el cultivo de determinados valores morales como la preservación de la vida, la importancia de la familia, el rechazo a la violencia como forma de solucionar los conflictos y las pocas veces entendida opción preferencial por los pobres.

La otra cara del proceso incluye la vista gorda ante la eliminación de varios pueblos originarios, períodos de violenta intolerancia religiosa, complicidad con algunas dictaduras militares, actitud complaciente con gobernantes corruptos a cambio de injustos privilegios, una prédica espiritualista atemporal sin implicancias en la dura realidad diaria y los lamentables casos de sacerdotes pedófilos, a veces protegidos por sus superiores jerárquicos.

Si analizamos la conducta habitual de los feligreses católicos, encontraremos la misma duplicidad de realidades: por un lado, mucha gente muy meritoria por su servicio a los demás, su entrega a los ideales evangélicos del amor, la paz y la solidaridad con los más necesitados. Es gente que, en la medida de sus posibilidades, trata de vivir “Jesúsmente”. Pero también están los otros, los que de boca para afuera se proclaman católicos pero en la realidad llevan una vida inmoral, actúan al margen de las leyes, abusan de los pobres y débiles, priorizan sus intereses personales mezquinos y sus corazones desconocen los sentimientos del amor y la solidaridad con los demás.

Para los creyentes genuinos, la fe mueve montañas y el Espíritu Santo puede operar milagros en las almas más despiadadas. Ojalá la presencia del papa Francisco en Paraguay nos ayude a mirarnos entre nosotros, a reconocernos como hermanos de raza y de fe y admitamos que, con frecuencia, manifestamos nuestra identidad como cristianos, pero, ¡oh, verdad cruel!, en la vida cotidiana construimos y defendemos una sociedad injusta, deshumanizante, indiferente ante el dolor de los pobres y marginados.

En la mayoría de los casos, la coherencia entre fe y vida sigue siendo una meta deseable antes que una gratificante realidad.

ilde@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...