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Pero nada está aún definido ni confirmado, debido a que las encuestas que se han realizado hace un par de días no son fiables, por el tremendo margen de error en la última votación, así como lo ha sido en el caso brasileño, donde aparentemente el triunfo de Neves estaba asegurado con los votos que le proporcionaría Marina Silva y otros sectores indecisos del espectro político del país en cuestión, y que al final resultó un tremendo fiasco para la oposición.
Lo que sí se puede destacar, con visos de certeza, es la bajeza y mediocridad, y la falta de propuestas concretas, en sentido ideológico y doctrinario, que está caracterizando a este último tramo del balotaje. Muy atrás han quedado aquellos rutilantes debates colmados de fervor partidario entre Balbín y Perón, entre Balbín y Frondizi, entre Illia y el candidato opositor, entre Ítalo Luder y Alfonsín en los que realmente se debatían los grandes temas de interés nacional e internacional apelando al rigor filosófico y doctrinario, sin poner énfasis en lo visual, en lo emocional y sentimental, como está ocurriendo hoy en la Argentina.
La elección que apunta al 22 de noviembre está colmada de grandes escenarios, saturados de cánticos, globos, pancartas y otros menesteres, y conjuntos musicales modernos de sonidos estridentes para disimular la tremenda orfandad de ideas y propuestas y las falsas promesas imposibles de cumplir en un plazo perentorio y apremiante, como tratan de convencer los protagonistas de esta nueva forma banal y trivial de hacer política, plagada de vaguedades e indefiniciones, sin compromisos con nada ni con nadie y con sofismas, estadísticas y cifras difíciles de interpretar para el vulgo desorientado que se encuentra observando esta insólita puesta en escena en todo el territorio argentino.
El denominador común de esta elección es la simulación, la adulación y la seducción hacia el votante indeciso, con la promesa de un cambio radical de 180° en un país con muchas aristas conflictivas en el plano social, político, financiero y económico. Las palabras lanzadas al viento resuenan en la Argentina con un significado ideológico indefinido, anodino, superficial y mediático.
Macri, tratando de acercarse al peronismo disidente de Sergio Massa, aceptando casi por completo las propuestas del líder del “Frente Renovador”; y Scioli, haciendo lo propio y pidiendo disculpas por un hecho que gira en torno a un robo perpetrado contra la vivienda de Massa en el año 2013. Macri inaugurando un monumento a Juan Domingo Perón, y Scioli por su parte alabando los valores políticos, éticos y morales del expresidente radical Raúl Alfonsín, tratando de ganar los votos de ese sector, configurando esto un desaguisado, un desatino y una necedad rayana en la fantasía más descabellada de Kafka.
Y para terminar, hay que hacer notar la “guerra sucia”, con golpes bajos por doquier como jamás se ha visto en la Argentina, que ha empañado totalmente el curso de este último tramo de la elección presidencial. A lo que hay que agregar la campaña del “fuego amigo” protagonizada por “francotiradores” apostados en el propio “Frente Para La Victoria” como el caso de Aníbal Fernández, del ministro del interior Randazzo, y de Hebe Bonafini que ha declarado que ella le había advertido a Cristina sobre Scioli, “que no era el mejor candidato y que nadie lo quería”, tratando con ello de identificar al responsable de la debacle producida en la reciente elección.
Aníbal Fernández, por su parte, responsabilizó indirectamente a Scioli de ser el culpable de su estruendosa derrota en la provincia de Buenos Aires. Y, para sumarse a este carrusel carnavalesco, salieron a la palestra politólogos, sociólogos, antropólogos y neurólogos que dieron a entender que en el voto del balotaje va primar el esquema mental del reflejo condicionado de Iván Pavlov, es decir, del voto puramente emocional determinado por un automatismo instintivo, inconsciente, enraizado en lo más profundo de la mente, a lo que cabe agregar el “veredicto final y supremo” de los psicoanalistas que han afirmado que estas elecciones están signadas por una paranoia alucinante y un sentimiento de persecución con visos catastróficos. Con este telón de fondo no se puede predecir a ciencia cierta lo que puede pasar el 22 de noviembre.
Existen muchísimos indecisos que pueden cambiar el signo de su voto de un día para el otro, porque en realidad se ha impuesto la consigna: “que yo no voto a quien me gusta, sino que voto a quien le puede ganar al que menos me gusta”, según un destacado investigador del comportamiento humano.