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Pablo Rojas, director de Enseñanza Media, citó como primer culpable de la malísima situación al mal uso de las tecnologías, como segundo a la falta de control de los padres, y tercero a las horas de clase perdidas (¡dos meses!) en el 2013. Como se le olvidó mencionar, preguntamos si la mala preparación de los docentes no es también un punto neurálgico y don Rojas terminó reconociendo el problema como un cuarto causante.
Analizando todos los puntos, no había cómo discutir la falta de control de los padres, las horas de clase perdidas y los malos maestros, pero... “¿mal uso de tecnologías?”. ¿No era que la tecnología es sinónimo de avance, desarrollo, modernidad y cultura?
Rojas describió de qué manera últimamente los chicos están totalmente ensimismados -agregaría idiotizados- con sus celulares. Dijo que hay colegios que les sacan los seductores aparatos a los chicos en horas de clase, pero que inmediatamente los padres atropellan protestando.
Actualmente los celulares hacen mucho más que recibir y hacer llamadas a papá y mamá como era hasta hace unos años. Esos endiablados y angelicales aparatillos sirven hoy día para navegar, contestar correos, mensajería instantánea, sacar fotos, comentarlas, chatear, ver videos, jugar juegos electrónicos, oír músicas y compartir casi en tiempo real una vida virtual. Claro, bien usado, los aparatejos permiten desarrollar la inventiva, la creatividad, aprender a resolver con practicidad los problemas, acortar distancias y generar soluciones modernas ante desafíos que antes nos hubieran tomado días.
Sin embargo, la realidad es otra. ¿Qué niño o adolescente elegiría instruirse con un libro si le dan a elegir la opción de toquetear la pantalla de un celular, los controles de un PlayStation, de un Nintendo o computadoras? En estas últimas festividades, miles de padres pusieron tablets en manos de sus hijos menores de edad, algunos con la mejor intención y otros buscando una niñera electrónica infalible.
Por esta vez, somos los padres quienes tenemos el control remoto del aprendizaje de nuestros hijos. Regalar la tecnología para que se mantengan distraídos y ocupados -no para aprender- es totalmente nuestra responsabilidad… o irresponsabilidad.
En este punto cabe la pregunta: Usted, que puso una tecnología en mano de su hijo o hija este fin de año, ¿le ha cargado algo más, además de los juegos, las redes sociales, para bajar músicas, procesadores de fotos, el Whatsapp, el Viber, el Skype y otras aplicaciones que son estrictamente para divertimento?
¿Ha cargado libros? ¿O aplicaciones para jugar a las matemáticas y aprender? ¿O trivials para conocer de historia y geografía? ¿Aplicaciones para hacer deportes y contabilizar la energía que se gasta y las calorías que se emplean? ¡Ahhh!, ¿no? ¿Les ha cargado solamente los jueguitos, les dio la contraseña de un Facebook que no debería aún usar, de un Twitter cuya peligrosidad no dimensiona y encima sin ponerle horas de uso diario?
Sí, sé que soy molesta. Pero calcule que lo que lo estoy molestando es mucho menos que la desesperación que tendrá cuando compruebe que el fracaso y la frustración de su hijo en la vida son de entera responsabilidad suya.
mabel@abc.com.py