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La proliferación estos insectos ha sido una verdadera plaga para la humanidad, especialmente luego de las guerras o durante las catástrofes. Pero también en nuestra cotidianeidad estos parásitos asuelan y causan revuelo en las melenas y rulos.
Como decía una publicidad de peines a fines de los 90, “los piojos vuelven a clases”. Y es que el lugar donde con mayor facilidad se transmiten es entre los niños y éstos los traen a las casas y viceversa.
Según una publicación de ABC Color de 1972, escrita por Juan Ildefonso Borgognon, en la serie “Indígenas, indigenismo, indigenistas” varios vocablos de nuestro idioma tienen estrecha relación con estos bichitos. Por ejemplo, la hamaca, un elemento típicamente nativo para el reposo se llama “kyha”. Dice Borgognon –confrontando a Natalicio González y su obra Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya– que la traducción literal de hamaca nos deja la idea de que sería un lugar en el que podríamos hallar con frecuencia representantes de ácaros: “Ky”, piojo de cabeza. “Ha”, en el lugar donde. Aunque más verosímil parece ser que hamaca venga de “keha”, lugar donde se duerme, como dice Natalicio.
No obstante, añade que los antiguos guaraníes no desconocían los elementales rudimentos del aseo personal. Y coincidencia o no, si lavarse la cabeza en guaraní es “akãky’o”, querría decir “sacarse los piojos”. Y el peine: “kygua”, también relacionándolo con el piojo. Más aún, “ky’a” es vocablo guaraní para suciedad, siempre con la raíz “ky”.
“Pienso que existiendo una preocupación para combatir el piojo y la suciedad no sería nada raro que también se tuviera animadversión por el bichito para identificarlo con el lugar del sueño”, dice Borgognon.
Amén de todas las divagaciones, el problema de los piojos no es chiste ni mal menor. En 1969 el Ministerio de Salud Pública estableció la obligatoriedad para las instituciones sanitarias públicas y privadas de notificarle casos de enfermedades, en cuya larga lista figuraba la “fiebre recurrente transmitida por piojos”.
El mal era global. En 1972 en Londres se advertía que 250.000 escolares británicos de ambos sexos “tienen piojos en las largas cabelleras de moda” y se requería una “vigorosa campaña para enfrentarse con el problema de las cabezas infestadas” para evitar “estragos” en las melenas. ¡Cómo odiábamos el “recorte cadete”. Queríamos el “petitero”, que nuestros padres no nos permitían por temor a los piojos!
Y eso que hasta en Europa, los parásitos proliferaban cada vez más, no porque se hayan vuelto resistentes a los insecticidas, sino porque los padres eran reacios a hablar del tema, era un tabú.
Felizmente en Paraguay aparecieron productos como el Gamexane: Nexagan Dip, Supona 40, Emulpan.
Para algunos no todo era negativo. En 1984, una ayuda piojosa vino bien a los presos de Cádiz (España), que por una descomunal invasión de piojos y liendres que incluyó a directivos del penal debió salir de servicio la cárcel hasta una desinfección.
Con el inicio de clases, cada año es la misma historia.
A cuidarse las cabelleras.
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