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Aquellas dificultades subrayadas por Woolf en los primeros años, el siglo XX persisten hasta hoy y se extienden a todos los ámbitos de la vida. Hay una suerte de acuerdo colectivo en torno a renunciamientos que se consideran implícitos en la condición femenina, aun hoy, año 2018. En tal sentido, las leyes pueden ser un instrumento de liberación o todo lo contrario: pueden provocar mayor desventaja entre hombres y mujeres.
Esto es exactamente lo que ocurrió con la ley que en su momento amplió el permiso de maternidad de 12 semanas a 18. Tal como se advirtió en su momento, esta ley puso en mayor desventaja a las mujeres trabajadoras, sobre todo a aquellas que están en edad reproductiva. Podemos juzgar a los empresarios de machistas, dinosaurios, retrógrados y un largo etcétera, pero lo cierto es que, dos años después de la aprobación de esa ley, la evidencia comprueba que la resistencia a contratar mujeres es aún mayor. Después de todo, el capital no tiene nacionalidad, patria, religión y mucho menos consideración. Lo que es peor: estamos lejos de ser una sociedad en la que exista una conciencia colectiva de que si un buen día las mujeres dejaran de parir, en 20 o 30 años se acabaría la principal fuerza productiva del país.
¿No hubiera sido más inteligente acaso otorgar un permiso de paternidad en lugar de extender el de las mujeres? De paso, hubiésemos alentado la paternidad responsable, tan necesaria en nuestro país.
Pues bien, es hora de decir basta a los experimentos populistas y poner a las mujeres a legislar para sí. Es hora de asegurar que las desigualdades históricas, que la ropa que no se plancha sola, que el micromachismo, el acoso y la violencia y todas esas dificultades grandes o pequeñas no nos impidan ocupar espacios de decisión, más aún cuando esas decisiones tienen que ver con nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Es hora de que tengamos voz y representación por igual en el Congreso. Es urgente una ley de paridad.
pcarro@abc.com.py