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El premier heleno, Alexis Tsipras, con una zafiedad de campeonato y esa desvergüenza propia de los comuñangas, dice que aunque necesita nuevos préstamos, no pagará los viejos. Con la misma se levanta de la mesa de negociar, convoca un referendo en busca de apoyos y pregona que la Unión Europea no se atreverá a expulsar a Grecia.
Todos los comuñangas se parecen, si no son idénticos. Recuerdo al compañero maruga en jefe detenido ante cuanto micrófono le pasara cerca para proclamar enfáticamente que no solo la deuda exterior cubana, sino la de toda América Latina, resultaba impagable y debía ser condonada.
¡Ay, qué bonito! Así que pedir prestado para mejorar el país sí pueden estos señores. Y suscribir un documento que fija los montos y los plazos de devolución sí pueden. Y gastar la plata pueden. Y dilapidarla también pueden. Y hasta robarla, que es lo que suelen hacer, claro que pueden. Pero cuando llega la hora de devolverla, ah, entonces no pueden.
Lo cual desemboca en una situación ya clásica: “No intentes que te pague, no tengo con qué. Perdóname la deuda, borrón y cuenta nueva. Alivia al menos una parte... aunque entonces tendrás que otorgarme otro préstamo para poder pagar la parte que me has dejado, que pesa más que una losa”.
Y como no dobles la cerviz, la que te espera. Ahora mismo, en plan solidario con Tsipras, en España, los impúdicos comuñangas de Podemos la que organizan, acusando a las instituciones económicas de la Unión Europea y el FMI de no exigir lo que es justo, recuperar el dinero que prestaron, sino de una terrible injustificable agresión al noble e inocente pueblo griego. Bueno, es lo que les ocurre a los nobles e inocentes pueblos cuando eligen para resolver sus problemas a una pandilla comuñanga.
Porque las cuitas económicas griegas no son, en exclusiva, culpa de Tsipras, cuya administración se inauguró apenas en enero de 2015, sino que vienen de lejos. Kostas Karamanlis, del partido centroderechista Nueva Democracia, llevó antes a la casi perfección la contabilidad creativa, falsificando registros y ocultando deudas. Pero al descubrirlo la ciudadanía no lo castigaba ni componía escogiendo a una pandilla comuñanga. Jamás el remedio de una cefalea será la decapitación.
Y se verá en noviembre en España, si el electorado, con aversión a esa calamidad supina llamada Mariano Rajoy, se decanta por Podemos. Amargamente lo lamentará después.
De otra parte, si la Unión Europea y el FMI le hubieran dado hace años un puntapié a Grecia en lugar de compadecerla, mimarla con quitas y renovarle préstamos, ahora la situación no sería tan desagradable, complicada y onerosa. Once millones de griegos, arruinados como están, deben además los muchos miles de millones de euros con que se ha intentado rescatarlos.
¡Pobres griegos! Tanto da el resultado del referendo, si lo hay o si el Gobierno se retracta, su permanencia en el euro o su exclusión.
Los griegos primigenios y los clásicos fueron los que enseñaron a Occidente a pensar, nuestros faros en ciencia, literatura, arte, historia, teatro, política y filosofía (hasta nos explicaron qué era un sofisma). Estos griegos de hoy no solo no nos alientan a pensar con sus sofismas, sino que pretenden que nos olvidemos de pensar.
[©FIRMAS PRESS]
*Analista político