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Creo que fue a mediados del año 2012 que el Grupo Memoria, con la coordinación de Carlos Pérez Cáceres, editó una serie de folletos para rescatar algunos aspectos de la lucha contra la dictadura. La impresión era un tanto rudimentaria, pero el contenido muy valioso, por lo que lamento que hayan aparecido tan pocos números. O por lo menos yo tuve acceso solo a unos cuantos. Viene al caso el número dedicado a la lucha estudiantil con una entrevista a Amelia Felicita Alcaraz. Allí cuenta de qué manera se incorporó a la lucha estudiantil contra la dictadura de Stroessner siendo alumna del Liceo Andrés Bello, en 1958. Es decir, a solo cuatro años de iniciarse la tiranía. Recuerda la posición del Centro de Estudiantes de su colegio que formaba parte del Centro de Estudiantes de Colegios Incorporados, una organización que “aglutinaba a los centros de colegios de la capital que no eran del Estado. En la época de la que hablamos, casi todos los Centros eran opositores al régimen y dentro de cada uno de estos Centros podía haber colorados disidentes”.
Dice luego: “Casi todos los colegios tenían movimientos internos. Se encontraban los centros estudiantiles, los diferentes movimientos, y había mucha militancia y entusiasmo. Ahora, por el contrario, los estudiantes parece que tienen otras prioridades y prácticamente han desaparecido del escenario nacional. Esta es una gran diferencia con las épocas anteriores”.
Esta lucha estudiantil fue sofocada por los órganos represivos que sostenían a Stroessner, además del súbito enriquecimiento del país con la construcción de la hidroeléctrica de Itaipú cuando comenzó a entrar dinero en cantidades nunca vistas en nuestra historia. Los jóvenes se aburguesaron y buscaron la manera de acomodarse lo mejor posible dentro de esta holgada etapa.
Las cosas, sin embargo, fueron tomando otro camino. La desvergonzada corrupción que se instaló en el país hizo que al fin de la dictadura se instalara, más que una democracia, una cleptocracia, que es la que sigue gobernando hoy día. Esta es la causa principal por la cual los estudiantes salieron a la calle a reclamar sus derechos. El principal de ellos: una mejora sustancial de la educación. Por eso hay que darle las gracias a Marta Lafuente, porque logró lo que nunca se había imaginado que podría hacer: despertar en los jóvenes su espíritu de lucha.
La historiadora Ana Barreto, en una entrevista, recordó el papel que jugaron los estudiantes de secundaria a lo largo del pasado siglo XX y su participación activa en las movilizaciones sociales. Después de hablar de la importancia que ha alcanzado el reciente levantamiento que tumbó a la ministra de Educación, dijo que durante la protesta se notó que “les falta más formación a los jóvenes líderes, sobre todo en educación cívica. Les faltó un poco más de fuerza y conocimiento para la resolución de una crisis”. Tómese nota al elaborar los planes de estudio pues es necesario cambiar aquellos hechos por Lafuente en época de Blanca Ovelar, cuando se desempeñaba como técnica en la materia. Sus programas llegaban a tener hasta 18 y 20 materias por curso y disparates como disponer que los niños escribieran un libreto, los diálogos, le pusieran música y representaran una ópera. Así mismo como suena. En su momento yo escribí una serie de artículos sobre estos programas poniéndolos en evidencia. Mucho más valioso habría sido insistir en materias que contemplaran la formación cívica de los alumnos, aunque no le favoreciera al Gobierno.
En una de las fotografías que se publicaron en estos días me impresionó especialmente una en la que se veía a un chico de no más de doce años sentado en el patio de su colegio sosteniendo un cartel escrito, sin dudas, por él mismo: “Mamá, papá, estoy luchando por mi educación. Apóyenme”. No solo tu papá y tu mamá deben apoyarte, sino todos los padres y las madres que sientan la responsabilidad de hacer mejores ciudadanos a sus hijos.
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